lunes, 24 de enero de 2011

el capitalismo se basa en la competencia perfecta

Keynes dijo en una ocasión: “Cuanto peor es la situación, peor funciona el laissez-faire”. Pero ¿por qué creemos que la situación está controlada? preguntaría yo. Porque el capitalismo se basa en la competencia perfecta, se me podría decir; por eso confiamos en que nuestras letras del tesoro alcanzarán el valor que tienen. Confiamos en los demás. Sin embargo, no es tan fácil. La desviación de la competencia perfecta, si bien hemos decidido que no sucederá ya que hemos abandonado la política industrial, que para algunos empresarios poco escrupulosos era su fuente de ingresos, sin embargo esos empresarios poco escrupulosos se han ido a otro sector de la competencia, al sector financiero o tecnológico. Después de todo, el distanciamiento de la competencia perfecta es inherente al capitalismo.

Entonces, ¿qué hacemos nosotros? ¿confiar en esos otros países con empresarios pocos escrupulosos? Algunas escuelas empresariales lo principial que enseñan es cómo escapar de la situación de competencia perfecta que los economistas suelen dar por supuesta. Por tanto, 2.000 millones no será una cantidad astronómica, no para nosotros, sino para el que puede competir con los demás en condiciones de igualdad, suponiendo que éstas existan; yo lo dudo, en principio, ya que no se termina de regular nada aquí. Se podría establecer el simil de las naciones con un niño. Cuando se educa a lo niños convencidos de que no pueden confiar en sus sentimientos y de que su mente es todavía débil, los niños entregan su autoridad a los adultos que les rodean: padres, maestros, familiares, vecinos... Probablemente no dejarán ya de hacerlo jamás -siempre temerán que sus decisiones conscientes y por supuesto su forma de sentir la vida, sus emociones, no sean las adecuadas-. Les habremos convencido de ello desde la cuna. Cuando somos adultos nos amoldamos a una sociedad jerarquizada en la que dependemos de la opinión de los demás para poder sentirnos cómodos con nuestras decisiones y nuestros sentimientos.

Necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos adecuados. Si seguimos las normas, recibimos esta aprobación. Cualquiera que se salga del engranaje emocional y social se sentirá abandonado a su suerte, sin necesitar siquiera la desaprobación explícita de los demás. Simplemente sentirá que ya no pertenece al grupo y asociará este sentimiento con la desaprobación, es decir, con la exclusión del grupo. Y esto es muy difícil de sobrellevar, porque el desprecio de los demás, por razones evolutivas, suscita el miedo inconsciente a la muerte. Yo creo que esta es la principal razón de por qué estamos ahí, porque nos sentimos abandonados a nuestra suerte sin el apoyo europeo. Y es que realmente es muy difícil estar solo. Así los demás se convierten poco a poco en fuente de seguridad para nosotros, porque dependemos de su aprobación para todo. No nos relacionamos como iguales, sino como dependientes. Yo no sé de aquí al futuro, cuando España podrá tomar una decisión por ella misma, yo no lo sé y me asusta. Dependemos del petróleo, de la energía del exterior, de muchas cosas.

Poco a poco reemplazaremos los vínculos genuinos entre los países, y entre los seres humanos, la simpatía o el amor que brotan de forma espontánea, por esos intercambios estructurados que nos ofrecen la seguridad de pertenencia a un grupo humano, a cambio de la aceptación de determinadas normas.

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