lunes, 24 de enero de 2011

la fiebre española y holandesa por el oro

Esto parece una justa venganza ante la victoria del mundial de futbol de 2010 de España sobre Holanda. O la fiebre española y holandesa del oro.
En 1558 el ministro español de Hacienda, Luis Ortiz, describía la situación en un memorando al rey Felipe II:

“Con las materias primas de España y las Indias Occidentales -en particular seda, hierro y cochinilla-, que les cuestan sólo un florín, los extranjeros -sobre todo los holandeses- producen artículos acabados que vuelven a vender a España por entre diez y cien florines. España se ve de esa forma sometida a mayores humillaciones por parte del resto de Europa que las que ella misma impone a los indios. A cambio del oro y la plata los españoles ofrecen baratijas de mayor o menor valor; pero al volver a comprar sus propias materias primas a un precio exorbitante, se han convertido en el hazmerreír de toda Europa.”

Hasta este punto estábamos vendidos entonces, cuando empezamos a desindustrializarnos ensoberbecidos por la fiebre del oro. Cuando realmente en el siglo anterior habíamos emprendido un camino correcto de industralización. Y esto tiene que ver bastante con una forma de proteccionismo.

Lo que demuestra que hay diversas leyes económicas para las diferentes actividades. Se acepta la protección de la competencia imperfecta en los países ricos, pero no en los pobres, y esto es lo que se denomina “duplicidad de hipótesis” de la teoría económica: en casa se utilizan teorías diferentes a las que se permiten en el Tercer Mundo, siguiendo la vieja pauta colonial. El juego del poder económico siempre da lugar a la misma regla de oro: el que tiene el dinero es el que hace las reglas.

A principios del siglo XVIII se concibió una regla empírica para la política económica en el comercio bilateral, que se difundió rápidamente por toda Europa. Cuando un país exportaba materias primas e importaba productos industriales, se consideraba que hacía un mal comercio. Cuando ese mismo país importaba materias primas y exportaba productos industriales hacía un buen comercio. Resulta particularmente interesante que cuando un país exportaba productos industriales a cambio de otros productos industriales, esto se consideraba un buen comercio para ambas partes. Utilizando una expresión empleada antiguamente por la UNCTAD, el comercio simétrico es bueno para ambas partes, y el comercio asimétrico no beneficia a los países pobres.

Ya en la década de 1840 Friedrich List tenía una receta para una “buena globalización”: si el libre comercio se establecía después de que todos los países del mundo se hubieran industrializado, sería bueno para todos. Lo único en lo que estamos en desacuerdo es en el momento para adoptar el libre comercio y en la secuencia geográfica y estructural en la que tiene lugar el avance hacia el libre comercio.

Así que creo que vamos a tener que poner algunas reglas caseras para el comercio también. Por lo pronto hay que hacer una guerra contra las patentes, si no, ya podemos defendernos. Y Holanda, la gran patentadora tendrá que decidir. A ver si nos vende algunas de sus patentes al precio que nosotros le vendimos el oro, -robado a los indios, hay que decir, porque esto es otra, pero era el juego colonial-. Yo creo que estamos en deuda histórica tristemente.

Pero lo que sí hay que tener claro con el capitalismo es que al estudiar los mecanismos internos de los Estados queda claro en cualquier caso que el principio de creación de riqueza -desde el coste de una licencia de taxi hasta las enormes corporaciones de una ciudad- no es una competencia perfecta, sino manipulación del mercado, esto es, el aprovechamiento de una competencia más imperfecta que perfecta.

El profesor Erik Reinert, economista noruego y afincado en Estonia, dice lo siguiente: “Una parte indispensable de ese proceso de desarrollo eran las instituciones que “alteran los precios” con respecto a lo que el mercado habría hecho abandonando a sus propias fuerzas: las patentes que creaban un monopolio temporal para nuevos inventos y los aranceles que distorsionaban los precios para los productos manufacturados y permitían que se establecieran nuevas tecnologías y nuevas industrias lejos del lugar donde fueron inventadas.”

Se podría aplicar entonces lo mismo, pero con la ley del IVA, que parece ser el sustitutivo eficaz hoy día para luchar contra las actividades que producen las empresas extranjeras en nuestro país. Pero en cuanto a las patentes todavía yo creo que se podría luchar de alguna manera más decidida, para que hubiera menos competencia o menos manipulación.

La idea fundamental aquí es que entre la materia prima y el producto acabado hay un multiplicador: un proceso industrial que exige y crea conocimiento, mecanización, tecnología, división del trabajo, rendimientos crecientes y -sobre todo- empleo.

La cuestión principal, no obstante, era que las actividades económicas que surgen cuando se trata la materia prima para convertirla en productos acabados obedecen a leyes económicas distintas que la producción de materias primas. El “multiplicador de la industria” era la clave tanto para el progreso como para la libertad política.

Sin embargo, hoy día el "multiplicador" está en el mundo financiero también, creo que debemos plantear una guerra en este terreno, exigiendo el derecho al crédito, si no actuaremos con la manipulación del mercado, entre otras cosas.

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