martes, 25 de enero de 2011

la conciencia luminosa de la infancia, la protorrealidad

Las instituciones están ahí, el lenguaje construye el edificio de la legitimación, los procesos de habituación y de institucionalización sirven para crear integración funcional o lógica, pero el hecho empírico queda en pie y a priori no puede suponerse.

Pero las instituciones se integran de facto con el lenguaje que le proporciona la superposición fundamental. Que es lo que se está tratando también de hacer con este artículo, ver que en la responsabilidad institucional nos la jugamos todos, que es un tema de importancia pública.

Y es necesario comprender que la lógica no reside en las instituciones sino en la manera cómo estas son tratadas y el lenguaje proporciona la superposición fundamental al orden institucional, pues la conciencia reflexiva se superpone a él. Pero el carácter significativo de la acción humana es a mi modo de ver lo que da consistencia a todo. Las instituciones pues se integran de facto.

Pessoa ya decía que los hombres prácticos son esclavos de los hombres de interpretación. Y también Keynes tiene dicho algo parecido: “hombres prácticos, que creen estar exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser sin embargo esclavos de algún economista difunto.” En este caso habría que pensar en Adam Smith, pero hay economistas que llevan muertos mucho más años que él y que se olvidan también o que no son un héroe como aquél.

“No se trata de sustituir un conjunto de dogmas por otro, sino de aceptar la increíble riqueza y diversidad de la teoría y la práctica económica, y sentir a continuación la necesidad de disponer de un repertorio de medidas económicas mucho más variado y abundante”, dice Reinert, que se ha molestado en reunir pruebas del laboratorio de la economía internacional durante los últimos cinco siglos, en lo que fue su tesis.

Muchas áreas de comportamiento sólo son relevantes para ciertos tipos de colectivos, ciertas diferencias pre-sociales, diferencias producidas en el curso de la interacción social como las que engendra la división del trabajo no tienen por qué integrarse en un sólo sistema coherente, los cazadores que sólo pueden ellos dedicarse a pintar en las cavernas o los ancianos que tienen otros ritos sagrados; sin embargo se integran en esa totalidad simbólica que le da cohesión social.

Pero es que este tema de las cajas obnubila, porque parece que tienen todo el peso de la inmoburbuja cargado en él, y que el castigo sería una manera justa de que se emplease bien también como respuesta a la crisis.

No sólo es la percepción, es la realidad, dice el economista observador. Pero es que la realidad es un producto de la sociedad y es un producto humano.
Lo triste es que las comparaciones con los americanos o con los británicos, no son de facto aplicables a nosotros, porque ellos tienen muchas posibilidades de jugar con la realidad. Creo que vamos a tener que aplicar el ingenio.
La sociedad es una realidad objetiva, pero tenemos que buscar los momentos dialécticos de la realidad social, para no distorsionarla más.

El mundo de la infancia, con su luminosa realidad, conduce por tanto a la confianza no sólo en las personas de los otros significantes, sino también en sus definiciones de la situación. El mundo de la infancia es masivo e indudablemente real. Probablemente no podría menos de ser así en esta etapa del desarrollo de la conciencia. Sólo más adelante el individuo puede permitirse el lujo de tener, por lo menos, una pizca de duda. Somos un sistema de signos y vamos hacia el anonimato. Y, probablemente, esta necesidad de un protorrealismo en la aprehensión del mundo resulte pertinente tanto filogenética como ontogenéticamente. De cualquier forma, el mundo de la niñez está constituido como para inculcar en el individuo una estructura nómica que le infunda confianza en que “todo está bien”.

Lo que quiero hacer aquí es hacer pensar, porque muchas veces las conciencias más críticas lo que quieren es hacer volvernos a ese protorrealismo de la conciencia infantil, a hacernos creer que el mundo o es blanco o negro, a no querer luchar y tirar la toalla, a no ver otras estratagemas más particulares. El descubrimiento posterior de que algunas cosas distan de estar “muy bien”, sí, pero eso no tiene que ser el mal evidente o tiene que llevarnos a recordar “el mundo del hogar” y nos retenga en la retrospección, pues podemos alejarnos hacia regiones que no tengan nada de familiar para nosotros. Lo único que tenemos es un sistema de signos, y vamos cada vez más hacia el anonimato.

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