lunes, 24 de enero de 2011

pobres de austeridad, la libertad y el principio liberal

Se nos podría llamar pobres de austeridad, más que pobres de solemnidad. Porque ya Krugman cuando vino dejó dicho la diferencia que había entre la Florida americana y España. Aquí pagamos el triple por un litro de gasolina, y las tarifas de electricidad, teléfono y móviles son un 80 % más caras. Y por un auto que cuesta allí 2.000 dólares, nosotros pagamos 20.000 dólares. Esa es la diferencia; por tanto, ¿cómo alguien se puede dignar a llamarnos pobres? Es necesario referir la idea de un mercado económico, como mecanismo para establecer los precios de una gran variedad de bienes y servicios, y esta ha de hallarse en el centro de cualquier desarrollo teórico de la igualdad de recursos.

Dice el economista Manuel Portela: “La deflación presenta tres grandes riesgos. Por un lado, incentiva la liquidez al retrasarse las decisiones de compra de los consumidores y empresarios interesados en los precios más bajos de mañana. Por otro lado agudiza el problema del endeudamiento porque aumenta el valor real de las deudas al incrementarse los tipos de interés reales. Por último las empresas, sin capacidad para fijar precios, se encuentran con presiones a la baja en los márgenes de beneficios que disminuyen el interés por hacer inversión nueva.”

Y ahí están los ejemplos del proteccionismo de la economía americana, con sus trabajadores del acero frente a las economías emergentes como la China. Y también del Ejecutivo Vasco que está haciéndose con una Banca Nacional Vasca.

Una división equitativa de recursos supone un mercado económico de algún tipo, como institución política real. Antes hubo inflación que ha terminado produciendo deflación, y ahora tenemos una deflación que seguro que termina en inflación.

El ciudadano común está harto de los abusos de las compañías de servicios… que antes eran públicas, de la falta de calidad de las empresas de telecomunicación, de energía y bancarias. No sé qué va a pasar, porque amenazan con deflación pero después suben los servicios y esto no hay nadie que lo regule.

Desde John Locke la idea propia liberal clásica que nace con él y que viene recogida en todos los códigos civiles de los países desarrollados de una libertad y de un principio liberal a través sobre todo de las relaciones de intercambio entre civiles, donde no debe haber merma de derechos ni intervenciones y, en todo caso, el respeto a la propiedad privada como principio garante.

Pero esto es diferente, se trata de los bienes sociales, de los bienes del alimento, del vestido, de la energía, de la telecomunicación. La idea liberal clásica, sobre todo, nace para deslindarse del poder religioso en aquel momento de la historia y del poder religioso estatal y de crear un poder civil y laico, a partir de ahí empieza una nueva época y yo creo que un poco todos nos sentimos deudores de esa idea del liberalismo clásico. Pero no del neoliberalismo de Thatcher, que si bien reactivó la economía tuvo consecuencias negativas en el sector social a corto plazo.

De estas experiencias y de las dificultades para aplicar esas políticas a países en desarrollo, surge una versión keynesiana con inclinación monetarista que incorporaba la aversión al déficit y a la fabricación de dinero pero no al concepto de intervención pública en la economía (ej. Consenso de Washington, término acuñado en 1989 por el economista John Williamson para referirse al tipo de políticas fiscales y monetarias recomendadas para los países en desarrollo por los organismos con sede en Washington Banco Mundial, FMI y Tesoro estadounidense, entre otros).

Estamos viendo el deterioro de la economía europea cada día, llegar a la fase de recuperación, minimizando el coste en términos de empresas cerradas y puestos de trabajo destruidos. La salida de esta crisis será con un repunte de la inflación, hasta que se normalice el aumento de la base monetaria, pero también se podría actuar con medidas excepcionales para drenar la liquidez cuando sea necesario. Los servicios financieros se descontrolan e hipertrofian con facilidad, y en ellos es donde se originó esta crisis y es donde hay más contagio sistémico. Como tales servicios son esenciales habrá que extremar la vigilancia sobre las entidades financieras para que no se desmadren, pero también para que no cierren el grifo, como parece que está ocurriendo ahora.

Según el autor Jose Luis Sampedro: “Quién sabe si la crisis actual no supondrá un punto de inflexión en el sistema de valores vigente. ¿No cabría combatir en la asignatura de Educación para la Ciudadanía la idea tan extendida de que los triunfadores son quienes apalean millones? Puesto que la codicia es un pecado capital, ¿no podrían los señores obispos, tan proclives a aleccionarnos, oponerse más al materialismo de la sociedad y organizar, como hacen con otros motivos, magnas concentraciones condenatorias?”

No es tan fácil como imprimir billetes. Se trata más bien de que el regulador central dé dinero a los bancos a cambio de activos esperando que éstos se decidan a prestárselo a los ciudadanos y a las empresas. La medida se aplicó con resultados limitados en Japón en los años 90 y desastrosos en la Alemania de entreguerras y en el Zimbabue actual. En cualquier caso será la única opción que le quede al regulador europeo si sigue agotando la vía de rebajas de tipos. Es la misma encrucijada en la que ya se ha visto la Reserva Federal de EEUU tras dejar la tasa oficial entre el 0% y el 0,25%.

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