lunes, 24 de enero de 2011

Milton Friedman y la magia del mercado

Milton Friedman (1912-2006) se convirtió en portavoz de la “Economía de la Guerra Fría”, de “la magia del mercado”, y de la idea de que el distanciamiento de la realidad fortalece la teoría económica. En su libro de 1953 Essays in Positive Economics, dice: “Se verá que las hipótesis verdaderamente importantes y significativas se basan en “supuestos” que son representaciones descriptivas muy imprecisas de la realidad, y en general, cuanto más significativa sea la teoría, más irreales serán esos supuestos”.

Su otro amigo Moses Abramovitz (1912-2000) sin embargo tenía otros planteamientos, pero ambos se distinguieron como economistas, uno en Chicago y el otro en Stanford. Lo cierto es que hablar de estimaciones permanentes, de “supuestos”, es algo que no es un lenguaje objetivo ni descriptivo. Estamos en el lenguaje de las estimaciones. Friedman estableció así una relación inversamente proporcional entre ciencia y realidad, en una profesión en la que las suposiciones irreales incrementaban el prestigio científico. Para él, “el mercado” ofrecía la respuesta a la mayoría de las preguntas; a ese respecto no se puede decir que le atormentaran las dudas. En cuanto a Abramovitz, en cambio, le estremecía nuestro nivel de ignorancia sobre las fuentes del crecimiento económico.

De los dos, Friedman era el orador más convincente. Abramovitz dijo una vez: “He ganado muchos debates contra Milton, pero nunca cuando estaba presente”. Al final todo esto desemboca en una teoría del comercio libre, como es la de Friedman, que defendió el libre mercado frente a la acusación de que genera monopolios. Pero ya John Kenneth Galbraith (1908-2006), describió en varios libros lo que distancia a las estructuras económicas de los países ricos de las de los países pobres: las primeras se caracterizan por competencias oligopolistas en la industria, donde el poder y las rentas se dividen entre los “poderes compensados” de los grandes negocios, las centrales sindicales y un gobierno económicamente activo, mientras que en los segundos es la economía la que sigue determinando su realidad, así como la de cada agricultor individual del Tercer Mundo, impotente frente al mercado mundial. Es decir, en los países pobres los poderes no están compensados.

Este no es un debate sobre si libre mercado sí o no, tal vez sí, pero compensado con otros controles. Aquí sí que hay una discordancia entre la retórica y la economía real. Es que hay un culto a la industria durante quinientos años en que ésta ha supuesto un paso obligado para el desarrollo económico. Pero también hay una preocupación por las modificaciones que ha sufrido este sector por el sesgo del cambio tecnológico. Capital y trabajo, dicen algunos economistas, sólo explicaría el 15 por ciento del crecimiento económico, mientras que el otro resto el 85 por ciento, en EEUU se llevó a cabo un proyecto de investigación para averiguarlo, respecto a qué factores combinados se debía y a tratar de descomponer ese resto y atribuirlo a distintos factores como educación, investigación y desarrollo (I+D), cambio tecnológico, etc. Entre ellos el premio Nobel de 1987 Robert M. Solow, asumió este reto.

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