lunes, 24 de enero de 2011

la ley no estigmatiza al inmigrante

La ley no estigmatiza al inmigrante a quien penaliza es a las mafias, pero la ley lo que produce es una coartada, la de los irregulares, por el modelo de ley, y hasta el derecho al trabajo se regatea y a veces no se respetan derechos humanos fundamentales -la cuestión del reagrupamiento familiar, por ejemplo-.

El modelo de la inmigración es la inmigración invisible, el "Gastarbeiter", no se quiere inmigrantes sólo mano de obra dócil y barata. Si no se desea regresar a la neutra indiferenciación del “estado inorgánico” o de los WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant, que después el acrónimo inglés se ha quedado en el nombre de una banda de glam metal: We Are Sexual Perverts o We Are Satanic People) y otros sectarismos con su lógica perversa, incluidos los sectarismos tecnológicos, paradójica conclusión de un hincapié excesivo en la diferencialidad, no queda otra salida que someter la diferencia a la prueba de la universalidad, pues el discurso ético de la multiculturalidad o se universaliza o se pudre en su propio racismo. Por mi parte, subrayaría el hecho de que detrás del pretendido cosmopolita se esconde a menudo un cosmopaleto, por utilizar un parónimo.

Y la razón es que muchas veces ellos han introducido esa visión de progreso de que se habla por el economista observador. Y el único universalismo posible aquí es el del respeto de los derechos humanos. Aún así este universalismo ha de hacer frente a críticas como aquellas que provienen del incremento y de los cambios cualitativos del fenómeno de la multiculturalidad. Por todo ello quizá es más fructífero el planteamiento del cosmopolitismo plurinacional por complejización. Este modelo que tiene en cuenta las diferencias entre cultura y civilización puede ofrecer un buen punto de partida para matizar el debate sobre la falsa tensión entre universalismo y exigencias de reconocimiento de identidades particulares.

Hoy día ya no nos podemos aferrar así como así a las entidades de estado-nación, ni tampoco al pequeño postulado de la "preferencia nacional", ni a esas identidades asesinas como fobotipo: la del otro, la de los nacionalismos periféricos, la de las minorías no integradas, la de los pueblos indígenas que se resisten "románticamente" a la religión de la modernidad -democracia, desarrollo/progreso y derechos humanos-, la de los creyentes de otras confesiones, a los que se los presenta como fundamentalistas, y la de los inmigrantes inasimilables, incompatibles.

Además hay que desechar el modelo robinsoniano, de individualismo posesivo y de neoliberalismo, donde la unica logica es la del beneficio puro, habría que hacer alguna distinción entre cultura y desarrollo de civilización para poder respetar desde el valor de la diferencia lo que también sería el enriquecimiento y la integración para evitar el desarraigo identitario, la clandestinización de ciertas prácticas.

Partir de estos mínimos de justicia, compartidos por distintos Estados, partir de lo que ya tienen en común las diferentes culturas, los diferentes credos religiosos, sería un buen camino para construir esa paz duradera soñada desde mucho antes que nacieran los proyectos ilustrados de paz. A pesar del empeño por asegurar que los grandes problemas sociales son hoy el racismo y la xenofobia, sigue siendo cierto que el mayor de ellos es la aporofobia, el odio al pobre, al débil, al menesteroso.

No son los extranjeros sin más, los diferentes (que somos todos), los que despiertan animadversión, sino los débiles, los pobres.

Javier de Lucas, catedrático de Valencia de filosofía del derecho, Adela Cortina, catedrática de ética de Valencia, y Javier Muguerza, catedrático de filosofía moral de la Universidad de Madrid, son los apadrinadores de algunas de las ideas citadas.

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