martes, 18 de enero de 2011

la idea de progreso y esfuerzo moral

Aquella concepción del progreso que Hegel denostaba como la “mala infinitud” (schlechte Unendlickeit) o infinitud sin fin. Mas como avisara Kolakowski el gran inconveniente de las utopías escatológicas es que siempre nos hacen correr el riesgo de creer que ya hemos llegado.

En la idea de progreso moral de Kant, por el contrario, nos encontramos con una idea de progreso que para nada implica un hegeliano último término, puesto que siempre nos será dado imaginar un “mundo mejor” que el que nos haya tocado en suerte vivir, nunca tendrá lugar de acuerdo con su etimología y ello convierte en buena la “mala infinitud” o “infinitud sin fin”, la única infinitud realmente tolerable desde un punto de vista ético es que hemos de concebirla como inconcluible sin que el esfuerzo moral, un esfuerzo incesante, consiga encontrar en ella ninguna garantía de alcanzar una meta que sea la definitiva.

"De todos los acontecimientos disutópicos del pasado siglo, del que más nos tendría que incitar a la reflexión quienes nos consideramos progresistas es sin duda el hecho del Gulag. Auschwitz se nos aparece como el fruto de una ideología demoníaca, que sencillamente identificamos con el mal, e Hiroshima sería la consecuencia del cálculo del “mal menor” que también nos repugna moralmente, pero el Gulag fue un crimen cometido en nombre de principios que parecieron un día nobles siendo ahora indiferente que se trate de presentarlo como una perversión o como un efecto perverso de dichos principios, dado que ni siquiera esta última consideración libera a nadie de responsabilidad moral y nos advierte por lo pronto del peligro a que puede llevarnos la creencia de haber entrado en la segunda senda del progreso en el orden de nuestra praxis".(Javier Muguerza, Desde la perplejidad, 1996).

"Consideremos por ejemplo, el imperativo que rezaba: “Obra de tal modo que tomes a la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio”. Para poner en práctica este precepto no necesitamos llegar entre nosotros a ningún acuerdo colectivo, frente a lo que parece dar por sentado la ética comunicativa o discursiva a lo Habermas, la cual demandaría que toda decisión éticamente racional proceda de o se resuelva en un consenso logrado mediante el ejercicio dialógico de la racionalidad. Lejos de ello, para impedir que el ser humano sea tratado como un medio, más bien que como un fin, bastará con que cada uno de nosotros decida decir “No” ante cuaquier inclinación propia o cualquier incitación ajena a atentar contra la dignidad humana. Pues como Kant vio bien el hombre en tanto que fin en sí no es un fin más de cuantos nos podamos proponer conseguir con nuestros actos, sino un fin a concebir de modo puramente “negativo” a saber como algo o mejor dicho alguien contra quien no se debe actuar en ningún caso.

La negativa a atentar contra la dignidad humana, atentado que en estos tiempos lleva camino de convertirse en un “imperativo moral” de alcance planetario, bien podría merecer frente a este último la denominación que asimismo lo contradistinguiría de esos dos otros principios o imperativos morales que eran los de universalización y autodeterminación, de principio o imperativo de la disidencia. El tenso equilibrio entre universalidad y autonomía que mantenían dichos principios antes considerados se decantaría en él del lado de la autonomía: la autonomía para el disenso frente a la universalidad de cualquier consenso que en conciencia y no hay otra conciencia que la individual juzguemos inmoral. La autonomía que heredera del individualismo ético de Kant ha de manifestarse hoy ante todo como capacidad de negación.

La negación no excluye ciertamente que al tiempo que negamos hagamos también algo por construir nuevas alternativas, y si junto a su pars destruens atendemos a las pars construens del legado kantiano, se impone reiterar que para Kant tenía pleno sentido la esperanza de que la humanidad llegara un día a constituirse en un reino de fines, esto es, en una auténtica comunidad moral que de algún modo transparezca bajo las muy diversas comunidades políticas, a las que pueda dar lugar la capacidad de organización humana, pero dado que su esperanza no era escatológica se olvidó de ponerle fecha a la efeméride y prefirió dejar la historia indefinidamente abierta."

(Javier Muguerza, Desde la perplejidad, 1996).

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