miércoles, 19 de enero de 2011

la predestinación y el nuevo prometeo

El biólogo de Harvard ya fallecido, Stephen Jay Gould, consideraba el importante papel que el azar y las circunstancias han jugado para llegar al hombre por lo que éste debe su existencia a una serie de causalidades que se han producido a lo largo de la vida de los animales en nuestro planeta y desde luego la vida no conduce necesariamente a la aparición del hombre sobre la tierra.

Es necesario tener en cuenta que si bien desde el punto de vista cerebral tenemos un órgano más desarrollado que muchos de los animales que nos han precedido hemos pagado esa ventaja atrofiando otras facultades en las que muchos animales nos aventajan. No corremos tan rápidamente como los guepardos, ni oliscamos como muchos animales, ni tenemos otras habilidades que ellos tienen. Pero lo más interesante de la observación de la conducta animal es encontrar comportamientos que hemos heredado y que no hacen más que recordarnos que somos animales que proceden de otros más o menos desarrollados. Todas las costumbres de las que el hombre es capaz ya están más o menos reflejadas en la conducta animal, incluidas las llamadas por nosotros perversiones. Desde el punto de vista biológico no existe ni la normalidad ni la moral -ambos atributos humanos- sino simplemente conductas distintas que hablan de diversos grados de albedrío. Ahora bien la libertad en letras mayúsculas que está en contra del determinismo que rige en la naturaleza es probablemente una ficción cerebral. Siempre que hemos pensado que en los animales, aparte del hombre, las conductas son estereotipadas y automáticas también llamadas instintivas mientras que suponemos que en el humano moderno las conductas pueden ser elegidas. Pero esta aseveración no es tan segura. A medida que el cerebro va aumentando de tamaño los grados de libertad del animal en cuestión también van aumentando. Solemos pensar que el ser humano dispone de libertad en el sentido de albedrío. Pero es preferible hablar mejor de mayor o menor grado de libertad que viene dado por un cerebro más o menos complejo.

El ser humano posee respecto a nuestros antepasados evolutivos mayor grado de libertad por lo que respecta a la gama de conductas mostradas pero ello no supone que lo que consideramos normal sea una conducta elegida. El cerebro formado durante la época fetal y épocas posteriores bajo influencia genético-ambientales, incluidas las hormonales, determina la conducta que ese individuo va a seguir en su comportamiento. Según el propio Darwin la idea de la selección natural se le ocurrió de pronto leyendo a Thomas R. Malthus quien había escrito un libro sobre poblaciones en el que la tesis principal era que el crecimiento sin trabas de la población humana en un entorno fijo llevaría a la exterminación de la especie debido a la lucha por la existencia. Curiosamente, Darwin le dio la vuelta al argumento y postuló justo lo contrario que esa lucha por la existencia resultaría en un aumento y una perfección de las especies respecto al entorno por selección adaptativa. Lo que sigue planteando un reto a la ciencia y al hecho de la teoría de la evolución de Darwin -que como tal hoy es unánimemente aceptada- es el mecanismo o los mecanismos por los que este hecho puede explicarse.

Tenemos que apoyarnos en los comportamientos y en las estructuras cerebrales que las soportan, no cabe la dicotomía "o genes o medio ambiente" ya que es imposible separar ambos factores. Los genes necesitan del entorno apropiado para expresarse -como se sabe del lenguaje- pero además ellos mismos son frutos de la interacción del organismo con su entorno a lo largo de la evolución. Por ello cuando nace un genio de la música nos decimos ¿es que estaba predestinado a nacer?, ¿es algo de la divinidad o de la genialidad?, o cuando escuchamos una obra bellísima pudiéramos pensar cuáles son aquellas causalidades -que no sólo casualidades- que estuvieron ahí para poder darse y es que son verdaderas maravillas que no sabemos cómo pudieron surgir. En verdad son fruto del sobresfuerzo y de una gran obra sobrehumana de selección pero también dentro del esfuerzo conjunto y colectivo porque surgen dentro de una gran corriente cultural y social.

Y ¿qué clase de Prometeo podemos ser?, ¿el que roba el fuego a los dioses para hallar la sabiduría?, ¿el que le entrega la sabiduría a los hombres?, ¿el que no tiene miedo a morir desollado vivo arrancado el hígado por un águila?, ¿el que es perdonado de la cólera de los dioses a vagar solitario todos los días siguientes? A veces sólo nos queda el conocimiento y eso es lo que nos ha quedado en verdad a nosotros, aunque éste parece que poco tenga que ver con el instinto de conservación o tal vez sí, de un modo inverso de una conservación de una identidad nuestra, y yo me pregunto ¿qué clase de instinto es éste?, y ¿qué clase de Prometeo somos?

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