miércoles, 19 de enero de 2011

el mostrar la distinción de un lugar bueno y malo y el orden de la censura

Entre el mito pontifical y el pensamiento salvaje hay un salto que hemos de constatar. El mostrar la distinción del lugar bueno y malo, ¿qué es sino el lugar de los sí­mbolos donde se expresa y se rellena la derrota de una lógica?

El hecho de que los funcionarios sean también propietarios está sin duda confirmado, en todo caso es verificable, por el extraordinario desarrollo del fenómeno de la herencia de los numerosos niveles jerárquicos. También se puede identificar a través del juego táctico de las oligarquí­as para asegurarse sus clientelas: las jefaturas de funcionarios discuten los puestos. Es aquí­ y ya en el estado moderno donde cabe hablar en cierto modo del fenómeno de la mafia, indirectamente relacionada con el poder de ciertas oligarquí­as, y con el fenómeno producido por los clanes y los movimientos a grandes masas de la inmigración hacia el nuevo mundo.

La vieja Roma tiene mucho que decir tanto en el estado pontifical como en el moderno derecho administrativo, eso es obvio, cómo los canonistas copiaron las figuras técnicas del derecho. Sin embargo, la creencia y el mito al que se adhieren estarí­a peligrosamente comprometido si se comprueba que el mundo de los funcionarios puede estar, como el otro (el mundo del sector privado), compuesto por propietarios celosos y padres abusivos, desde lo alto hasta lo bajo de la escala, incluidos los sindicatos y agrupamientos polí­ticos entregados a la autodefensa de la buena administración del Estado.

El orden de la censura se encontrarí­a invertido y el sentido perdido.

Es por esta razón que la ciencia histórica universitaria más conformista, la de los historiadores de las facultades de Derecho en particular, trabaja para bloquear la Ley, de acuerdo con su vocación tradicionalista (comparable a la de los griots africanos): es lí­cito observar la feudalidad medieval en sus fundamentos familiares, está prohibido evocar la feudalidad de los tiempos modernos sólidamente anclada en la imaginaria separación que reproduce la ciencia del Derecho.

En efecto no se podrí­a contemplar sin confusión la renovación de las segregaciones fundadas a la vez sobre la herencia y sobre la oligarquí­a agresiva de los nuevos señores, inmunizados e intocables como sus antepasados medievales. La función de un derecho del Estado por mantener la igualdad paradójicamente no impide una implacable guerra civil que tiene por función mantener las fronteras entre las castas, las familias, las clientelas. La función simbólica del estado enuncia en realidad una Regla de la dependencia, notoriamente favorable a la explotación de los débiles por los débiles bajo la vigilancia de los grandes, erigidos como modelos omniscientes, como dadores prestigiosos y malvados, investidos por los atributos de la gran amenaza.

No se debe mezclar el pensamiento mí­tico salvaje con los rituales cultos medievales: porque el mito pontifical no tiene la rigidez de los mitos que justifica -hay que recurrir aquí­ a C. Levi Strauss- al pensamiento salvaje. No se trata de un sistema de relaciones tan directas entre un grupo humano especificado y un medio natural estrictamente localizado. Sólo hay que recordar que para Graciano la "cultura" consiste en seguir los augures e interrogar el movimiento de la estrellas, y se trata de una ciencia sacrí­lega, para ver cómo existen lí­neas, trozos de mitos venidos de otra parte, tradiciones que se reducen y que se presentan como el discurso transcultural y profundamente negador de la edad cientí­fica.

Este lenguaje que adopto está basado en la liturgia escolástica de la época. La institución domina recurriendo al doble sentido del goce y del temor, sin que nunca sea posible positivamente superar ese dilema. Queda saber a qué juegan sin saberlo los nuevos manipuladores, pretendidos negadores del discurso tradicional, sobre ellos ya se abrirán nuevas cajas de sorpresas.

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