martes, 18 de enero de 2011

enmascaramiento e identidad

Cito un texto de Jean Baudrillard:

“Se dice que hay siempre un instante que captar, en el cual el ser más banal, o más enmascarado, muestra su identidad secreta. Pero lo que es interesante es su alteridad secreta. Y más bien que buscar la identidad tras la máscara, hay que buscar la máscara tras la identidad, —la figura que nos posee y nos desvía de nuestra identidad— la divinidad enmascarada que efectivamente habita a cada uno de nosotros por un instante, por un día, o a uno por otro.

Para los objetos, los salvajes, las bestias, los primitivos, la alteridad es segura, la singularidad es segura. Una bestia no tiene identidad y sin embargo no está alienada —es extraña a sí misma y a sus propias miras—. De improviso adquiere la fascinación de los seres extraños a su propia imagen, que gozan a través de ella de una familiaridad orgánica con el propio cuerpo y con todos los demás. Si se reencuentra esta connivencia y esta extrañeza al mismo tiempo, entonces nos acercamos a la cualidad poética de la alteridad —la del sueño y del sueño paradójico, la identidad que se confunde con el sueño profundo—.

Los objetos, como los primitivos, tienen una grandeza fotogénica anticipada respecto a nosotros. Liberados de golpe de la psicología y de la introspección, conservan toda su seducción frente al objetivo.

Liberados de la representación, conservan toda su presencia. Para el sujeto es mucho menos cierto. Por eso—¿es el precio de su inteligencia, o el signo de su estupidez?— el sujeto a menudo consigue, a costa de esfuerzos inauditos, renegar de su alteridad y existir sólo en los límites de su identidad.

Lo que necesitamos, por tanto, es volverlo un poco más enigmático a sí mismo, y volver a los seres humanos en general un poco más extraños (o extranjeros) los unos a los otros. No se trata de tomarlos por sujetos, sino de hacerlos ser objetos, hacerlos ser otros —es decir, tomarlos por lo que son.”

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