miércoles, 19 de enero de 2011

la frustración del proyecto ilustrado de la razón y la herencia romántica

Se habla de la Ilustración versus romanticismo, mientras que se apunta más a un lado espiritual -llámese religioso o del budismo-, para mí­ o se asume toda la realidad o bien estamos en una realidad "a forfait", y todas estas corrientes en sí­ no están libres de contradicciones. Yo no creo que el proyecto de la razón de la Ilustración se frustrara por culpa del Romanticismo, es más la Ilustración sin la "herencia romántica" serí­a un mero o vulgar positivismo. El peligro de frustración de este proyecto vino sobre todo con la postmodernidad y con los postmodernos, entre ellos, Lyotard, Rorty, que fueron los que criticaron más directamente el papel de la razón.

El Romanticismo más bien viene de la añoranza de la religión precisamente que fue destruida por la razón ilustrada, aún así­ no la ataca directamente sino que viene a llenar una oquedad que deja. La añoranza de la religión que indujo un dí­a a hablar de una ilustración insatisfecha no podrí­a ser acallada, en cualquier caso, por la satisfecha autocomplacencia de una sociedad desilustrada.

Por lo que podemos también preguntarnos: si la capacidad de integración social de la tradición religiosa, que la Ilustración sacudió e hizo estremecer, no podrí­a encontrar alguna equivalencia en el poder de unificar y generar consenso de la "razón". La autoconciencia de la modernidad discurre vertebrada en torno a figuras que se han mostrado preocupada por el mundo que perdimos. Creo que debemos asumir el proyecto de la modernidad, como habla Habermas, como un "proyecto -todaví­a- inconcluso". Y no como hablan sus oponentes que se trata de un proyecto que no hay que completar sino que hay que revisarlo. Mas una revisión de tal proyecto serí­a al margen de la razón. Pero Habermas se enfrenta a los que en vez de reemplazar una "razón excluyente" por una "razón comprehensiva" tratan de oponerla a lo "otro de la razón". "Lo otro de la razón" vendrí­a a ser la naturaleza, el cuerpo humano, la fantasí­a, el deseo, los sentimientos o, mejor dicho, "todo eso en tanto en cuanto la razón carece del poder de anexionárselo".

Pero Habermas, para quien en sus diversas configuraciones a lo largo de la historia la razón puede y debe ser criticada desde la perspectiva de "lo otro", la misma apunta a que semejante crí­tica no dejarí­a, en última instancia, de ser una crí­tica racional. Por tanto, llevemos la razón hasta sus extremos de la crí­tica y no acabemos con el proyecto de la Ilustración tampoco.

Volvamos a la historia de las ideas y de la razón y a Platón. La razón que otro tiempo igualaba a los hombres -si no de hecho, al menos sí­ en principio- comenzó a dividirlos, sacudida por toda clase de inclinaciones e intereses. Calicles pudo aducir, así­, que la moral no es otra cosa que un invento de los débiles para contrarrestar la hegemoní­a de los poderosos. No es de extrañar que en medio de esta descorazonadora situación, el mensaje de Platón se alzase en lontananza como un augurio de restauración de la razón, una y la misma para todos y garante de unos valores en los cuales cupiese confi­ar aun cuando acaso no cupiese alcanzarlos.

Se podría hablar de Hegel, de Nietzsche o de Horkheimer o Marx entre aquellos filósofos de una razón, o destructores como de una representación de la voluntad de poder, o de un sistema desigualitario. Pero no creo que sea para destruir totalmente la razón sino para criticarla. Y lo mismo pasaría con Platón, en su época. Y no abrazarí­a tampoco la necesidad del platonismo, no plenamente porque, en última instancia, el error, la fealdad y el mismo mal, siempre me parecerían menos inhumanos que las ideas de verdad, belleza o bien.

El proyecto de la razón más ambicioso que el hombre haya soñado nunca acometer es el de la instauración de una sociedad sin clases. Y sólo en una sociedad así­ tendrí­a sentido hablar de esa razón patrimonio de todos.

En cuanto a las religiones, quisiera añadir que para identificarse con una doctrina venida de lejos, habrí­a que adoptarla sin restricciones: ¿Cómo se compagina consentir en las verdades del budismo y rechazar la trasmigración, base misma de la idea de renunciamiento? ¿Y suscribir a los Vedas, aceptar la concepción de la irrealidad de las cosas y comportarse como si existieran? Inconsecuencia inevitable para todo espíritu educado en el culto de los fenómenos. La sonrisa de Buda, esa sonrisa que flota sobre el mundo, no ilumina nuestros rostros. A lo máximo concebimos la dicha, y las religiones de la revelación se recrean demasiado en el dolor como para poder adoptarlas de buen grado, como retoños de una tradición masoquista.

He de añadir que la pretensión de universalidad no implica una sociedad de comunicación como un totalitarismo igualitario, en cuanto que ésta no está consumada en sí­ misma, sino que siempre debe estar abierta al diálogo. Y que la oportunidad del disenso más que del consenso es lo que mide la verdadera progresividad de una democracia.

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