lunes, 24 de enero de 2011

racionalidad estratégica y dirigida hacia fines

Justamente porque la marcha de la historia no puede ser predicha ni en pronósticos “incondicionados” ni “condicionados”, las personas necesitan objetivos a largo plazo que puedan apoyar en todo momento. Me parece que estos objetivos no deben ser inferidos de “imperativos sistemáticos” funcionales -por ejemplo, de política del poder o económicos- porque a través de ellos tendencialmente los sujetos humanos de la acción son degradados a meros medios. Naturalmente, en una “ética de la responsabilidad”, las personas transitoriamente tienen que transformarse también en abogados de la racionalidad funcional de los “sistemas”: pues manifiestamente la supervivencia de la comunidad real de comunicación humana depende de la autoafirmación de sistemas sociales funcionales. Pero el desarrollo a largo plazo de aquella racionalidad consensual-comunicativa que -desde el surgimiento del lenguaje y del pensamiento- está dada en el mundo de la vital de todos los hombres y que caracteriza el objetivo por lo menos del entendimiento no violento sobre fines y objetivos, tiene que conservar prioridad teleológica frente a una “colonización del mundo vital” a través de estructuras y mecanismos y de conducción tendencialmente anónimos de la llamada racionalidad sistemática.

Se trata aquí de la complementación de la norma básica ética de la racionalidad discursiva a través de un principio de racionalidad estratégica, que a su vez se encuentra bajo un telos ético. La necesidad de una tal complementación de la racionalidad estratégica, que a su vez se encuentra bajo un telos ético. La necesidad de un tal complementación de la racionalidad teleológica discursiva con la racionalidad estratégica resulta de la circunstancia de que todavía no es posible solucionar todos los conflictos entre las personas (sus sistemas de autoafirmación, cuasinaturales) a través de discursos prácticos. Con todo, nuestra época está caracterizada por la circunstancia -en modo alguno evidente- de que casi todas las empresas primariamente estratégicas de comunicación (por ejemplo, las egociaciones comerciales y políticas) de mayor importancia deben por lo menos, pretender ante el pñublico satisfacer las normas procesales de un discurso sobre los intereses de todos los afectados. Es, por así decirlo el excedente estratégico -ante el público en gran medida silenciado- más allá de las normas procesales de la racionalidad discursiva, que es subordinado también a un telos ético a través de la exigida estrategia ética a largo plazo.

Por el contrario, los cambios producidos en el marco institucional, en la medida en que derivan de forma inmdiata o de forma mediata de nuevas tecnologías o de perfeccionamientos de estrategias (en los ámbitos de la producción, del intercambio, de la defensa, etc.) no han asumido la misma forma de adaptación activa. Por lo general esas mutaciones siguen el modelo de una adaptación pasiva.

No son el resultado de una acción planificada, racional con respecto a fines y controlada por el éxito, sino producto de una evolución espontánea. Sin embargo, esta desproporción entre adaptación activa por un lado y acomodación pasiva por el otro, no pudo venir a la conciencia mientras la dinámica de la evolución capitalista quedó encubierta por las ideologías burguesas. Sólo con la crítica de las ideologías burguesas aparece esa desproporción abiertamente ante la conciencia.

Esto quiere decir, entre otras cosas, lo siguiente: en el plano del discurso la racionalidad estratégica de la acción , racionalidad con la cual los hombres, como sistemas individuales de autoafirmación y como miembros de sistemas sociales de autoafirmación, persiguen sus intereses también en el contexto de la acción comunicativa, debe ser separada de la racionalidad consensual-comunicativa. Esta separación forma parte de las condiciones normativas del discurso argumentativo, que debemos haber reconocido necesariamente; pues podemos comprender a priori que, por ejemplo, no podríamos resolver nuestro actual problema de la fundamentación de la Ética negociando abiertamente (es decir, por ejemplo, intercambiando ofrecimientos y amenazas) ni intentando persuadirnos mediante el uso estratégico el lenguaje.

(En esto se diferencia la retórica buena de la mala, y las llamadas “estrategias de la argumentación” están naturalmente, a priori, al servicio de la investigación consensual-comunicativa de la verdad).

Por tanto, nosotros no somos, en efecto, como argumentantes, idénticos sin más a los hombres cuyos intereses pueden entrar en conflicto y hacen necesario algo así como normas morales, cuya función posible condicionan. Como argumentantes que cooperan en la busca de la verdad nos encontramos a una distancia reflexiva respecto de la autoafirmación propia del mundo de la vida. Esto parece hablar en favor de la tercera objeción.

Pero aquí hay que considerar lo siguiente: la función de discurso argumentativo serio no es la de un mero juego, sino que consiste precisamente en resolver auténticos problemas del mundo de la vida, por ejemplo, el de arreglar sin violencia conflictos entre individuos o grupos. Pues una resolución pacífica de conflictos es posible sólo si se mantiene la comunicación entre los hombres orientada hacia un entendimiento, (comunicación que reposa ya siempre en la fuerza cohesiva de las pretensiones de validez), y si se la mantiene como una comunicación tal, que esté separada del comportamiento estratégico; y esto quiere decir: si se la mantiene como discurso argumentativo acerca de la propiedad que tienen las pretensiones de validez de poder ser satisfechas.

(Hay que advertir aquí especialmente que el arreglo de un conflicto mediante negociaciones estratégicas no está libre de violencia, puesto que puede contener amenazas de violencia; precisamente por eso no puede producir decisión alguna sobre la propiedad que tienen las pretensiones de validez de poder ser satisfechas. Hay que diferenciar bien de ello la posibilidad y necesidad de resolver mediante compromisos justos, conflictos entre pretensiones de validez que no reposan en intereses universalizables).

Para la relación del discurso argumentativo con los problemas de importancia moral propios del mundo de la vida, es esencial que hayamos reconocido ya, necesariamente, también precisamente la función (que acabamos de indicar) que el discurso argumentativo desempeña en la vida, cuando hay una argumentación seria.

¿No hemos reconocido ya, con ello, que las normas del discurso ideal deben establecer el principio ideal operacional para la fundamentación de las normas morales destinadas al mundo de la vida?
La función del discurso argumentativo "serio" no es la de un "mero juego", sino que consiste precisamente en resolver auténticos problemas del mundo de la vida, por ejem. el de arreglar sin violencia conflictos entre individuos o grupos; es una estrategia a priori al servicio de la investigación consensual-comunicativa de la verdad.

Ocurre algo parecido con la estrategia fundamental de la pragmática trascendental respecto al posible ámbito de validez del principio del falibilismo: en mi opinión, una filosofía cuidadosa y autocrítica debiera ponerlo tan lejos como fuera posible, lo cual significa tan lejos como sea posible sin superar el sentido del principio de falibilismo, es decir, la verdad necesaria de las presposiciones semánticas y pragmáticas que están implicadas en él. Investiguemos, pues, desde este punto de vista, la posición del racionalismo pancrítico.
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Habermas mostró concluyentemente en mi opinión que todo caso de uso del lenguaje estratégico encubierto puede entenderse como parasitario con respecto al uso del lenguaje orientado por pretensiones de validez y su fuerza social vinculante. No obstante esta respuesta no me parece suficiente en ninguna de sus dos partes.

En su primera parte resulta insuficiente en la medida en que Habermas querría conseguir la fundamentacion de laspretensiones de validez virtualmente universales de las normas sociales en el nivel del discurso argumentativo, remitiendo en ultimo termino a la necesidad funcional de las normas en el mundo de la vida. Pero en el mundo de la vida -mas exactamente en las forma de vida socioculturales fácticamente existentes- no sólo funcionan normas sociales totalmente distintas e incompatibles; mas alla de esto funcionan tambien como siempre solo bajo la forma de compromisos con la forma estrategica de coordinacion comunicativa de la accion (Habermas). Estas pequeñas indicaciones bastan, en mi opinion, para mostrar como una petitio principii en el intento de fundamentar la validez de las normas sociales recurriendo a su funcion en el mundo de la ivda. Con todo, es cierto que Habermas señala a las pretensiones de validez virtualmente universales ya presentes en los actos comunicativos del mundo de la vida. Pero no es posible fundamentar esa pretension por medio de una referencia a si misma; antes bien, tendriamos que poder referirnos al reconocimiento necesario de determinadas normas validas universalmente. Esto nos lleva a la segunda parte de la respuesta de Habermas.

En la segunda parte de la respuesta, Habermas efectivamente ha demostrado que, con respecto a los casos en que se da un compromiso fáctico entre el uso del lenguaje orientado por pretensiones de validez y el encubiertamente estratégico, los hombres han reconocido siempre ya implicitamente la prioridad del uso de lenguaje orientado por pretensiones de validez. Esto lo muestran mediante su modo de actuar: porque precisamente llevan a cabo sus sugerencias estrategicas -aun cuando solo se trate del afan, casi nunca ausente, de sobresalir o del cuidado de la propia imagen- sólo de forma encubierta, por ejemplo: cuando buscan persuadir, fingen a la vez querer convencer. Hasta ese punto, el argumento del parasitismo efectivamente funciona. Sin embargo este argumento no se puede aplicar desgraciadamente con relacion al uso del lenguaje abiertamente estrategico est es al ambito ya mencionado de las negociaciones “duras” -politicas y economicas-. Pues en estos casos el hablante no muestra, en modo alguno, mediante su modo de usar el lenguaje que haya reconocido ya siempre la prioridad de a forma de comunicación orientada por las pretensiones de validez. Antes bien, se mantiene abierto al punto de vista del poder y precisamente por eso puede servirse del lenguaje orientado al entendimiento en el sentido de Habermas.

Mas exactamente las amenazas y los ofrecimientos en el marco de las negociaciones no estan orientadas al entendimiento sino orientados al éxito en la medida en que no
presuponen ni emplean la capacidad de consenso de las pretensiones de validez normativas. Pero emplean un lenguaje orientado al entendimiento en la medida en que de hecho hacen uso de pretensiones de sentido y de verdad (estas ultimas empiricamente desempeñables). En esa medida son actos de habla abiertamente estrategicos y no permiten la critica del argumento del parasitismo que se dirige contra el uso del lenguaje, no quieren conseguir el efecto perlocucionario por medio de la persuasion sino obtenerlo abiertamente por la fuerza desde luego dejan al criterio del destinatario el juicio y la aceptacion de lo dicho, pero no le dan ninguna posibilidad de juzgar pretensiones de validez normativas, sino que apelan a razones sólo en el sentido de la racionalidad estratégica. Dicho brevemente aquí nos las vemos con una forma de comunicación racional y orientada al entendimiento que ignora la validez y las normas morales necesitadas de consenso.

Ahora bien ¿estamos con esto ante una aporía definitiva de la concepcion pragmatico-universal que explica el significado ilocucionario en términos de pretensiones de validez? ¿Tendremos acaso que dar la razón a ese neo-nietzscheanismo presente en el postestructuralismo francés -por ejemplo en Foucault y su escuela- que equipara los discursos con prácticas de poder?

En mi opinión ese no es en absoluto el caso. Sólo que ahora ya no podemos seguir asustandonos ante la -aparentemente tan esotérica- radicalización pragmático-trascendental de la pragmática del lenguaje. Con respecto a la segunda parte de la respuesta de Habermas, ahora son precisas las siguientes consideraciones complementarias:

Aquel que se mantiene abierto al punto de vista del poder -por ejemplo, en negociaciones “duras”-, ya no necesita reconocer la prioridad de al fuerza ilocucionaria de los actos de habla orientada por pretensiones de validez en cuanto que renuncia a argumentar a favor de su punto de vista. Pero en esa medida la pregunta de si tambien los actos de habla abiertamente estrategicos son parasitarios con respecto a aquellos que presuponen el entendimiento sobre pretensiones de validez normativas no puede decidirse en absoluto en ese plano y la ignorancia de las pretensiones de validez mediante la adopcion del punto de vista del poder no puede contar como un argumento. E inversamente tan pronto como un participante en una negociacion se aventura a argumentar sobre pretensiones de validez, es decir, tan pronto como un participante en una negociación se aventura a argumentar sobre pretensiones de validez , es decir, tan pronto como quiera saber quien tiene razon estara ya reconociendo implicitamente la igualdad de derechos de los participantes en la argumentacion y con ello una parte de las normas morales fundamentales de una comunidad ideal de argumentación. (Otra parte en que aquí no necesito entrar reside en la norma fundamental de la responsabilidad solidaria que los argumentantes tienen de solucionar problemas que vayan surgiendo, reconocida implícitamente en el preguntar en serio). En esa medida tal participante reconoce también naturalmente la prioridad de la comunicación orientada por pretensiones de validez normativas y más allá de eso un principio etico para la comprobación argumentativa de las pretensiones morales de validez. Dicho con otras palabras la intuición fundamental de la segunda parte de la respuesta de Habermas a nuestro problema -el argumento del parasitismo- se demuestra correcta, con relación a los actos de habla abiertamente estratégicos ciertamente no de modo inmediato refiriéndonos a las implicaciones de esos actos de habla pero si refiriéndonos a la deficiencia de esos actos en el nivel del discurso argumentativo.

Puesto que el discurso argumentativo es metódicamente irrebasable para quienes desean saber quien tiene razon (¡y quienes filosofan han decidido ya siempre que desean saber quien tiene razon y esto por medio de argumentos y no pongamos por caso mediante violencia o negociando!) se sigue que hemos descubierto mediante el recurso reflexivo a las presuposiciones del discurso argumentativo también un principio para la fundamentación última de la validez universal de las pretensiones de validez de los actos de habla: Como fundadas ultimamente pueden valer las normas que, en el plano del discurso argumentativo sobre pretensiones de validez no puedan ser negaas sin autocontradicción performativa -y justamente por eso no puedan ser fundamentadas por medio de inferencia lógica (deductiva o inductiva).

Con ello, proporcionamos una complementación pragmático-trascendental a la primera parte de la respuesta de Habermas a nuestra cuestión. Ya no necesitamos sugerir en la forma de una "petitio principii" que las pretensiones de validez virtualmente universales del habla humana tengan una fundamentación suficiente en sí mismas o en su funcion dentro del mundo de la vida; antes bien podemos admitir con los movimientos de Ilustracion -desde los sofistas griegos hasta Nietzsche y Foucault-, su cuestionamiento radical.

Podemos convencer al escéptico y al relativista tanto tiempo como argumente de que él necesariamente ha reconocido siempre ya como ser lingüístico argumentante, el fundamento de la validez intersubjetiva de cada una de las tres pretensiones de validez que constituyen la fuerza ilocucionaria de los actos de habla -esto es: el fundamento de la pretensión de verdad, de la pretensión de veracidad y de la pretensión de rectitud normativa.

(Complemento para los escépticos más precavidos, de que el escéptico se niegue a argumentar no se sigue ninguna aporía de la fundamentación argumentativa. Se sigue únicamente que el escéptico no puede seguir conversando y que ahora sólo quienes sí argumentan pueden seguir proponiendo pensamientos -eorías, hipótesis- sobre el esceptico por ejemplo la suposcion de que el esceptico quiere con ello evitar una posible refutación o -en un caso realmente grave- el temor de estar ante un caso de desesperación existencial o de trastorno patológico de la competencia comunicativa).

Hasta aquí con respecto a la fundamentación pragmático-trascendental de la explicación del significado ilocucionario en terminos de condiciones de validez. John Searle a quien está dedicada esta investigación ya nos previno en "Speech Acts" de la ivresse des grands profounders. Tendrá que disculpar al autor de este trabajo que haya intentado clarificar el alcance de la teoria de los actos de habla por medio de una retrascendentalización (tambien Rorty tendra que perdonarme).

La interpretación pragmático trascedental de la teoría de los actos de habla no significa desde luego ningún retorno a la filosofía de la conciencia trascendental y sus funciones de constitución del mundo (desde Kant hasta Husserl). Sólo continúa en pie la pregunta kantiana por las condiciones de posibilidad de validez. Pero la respuesta a esta pregunta se transfiere a la reflexión sobre las funciones del lenguaje, así como la pregunta misma se lleva a cabo como reflexión sobre las condiciones de la validez de la argumentación filosófica actual.

Karl-Otto Apel, Semiótica trascendental y filosofía primera, 2002.

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