viernes, 14 de enero de 2011

cosmopolitismo y universalismo

Lo que se está produciendo es el repliegue identitario, la identidad de la resistencia frente a la globalización, me parece.

En lo tocante a los derechos humanos se hace constar que se habla acerca de ellos desde nuestra propia tradición occidental, por lo que no puede evitarse el incurrir en un cierto etnocentrismo.

El miedo al etnocentrismo está más justificado, puesto que la peor propaganda que cabría hacer en el Tercer Mundo de los derechos humanos exportados desde el Primero consiste, en efecto, en presentarlos como no más que un subproducto del neocolonialismo.

Pero la internacionalización de nuestros derechos humanos moderno-occidentales no sólo no tendría por qué parecernos repudiable, sino que como alguna vez se ha dicho podría oficiar a la manera de un saludable contrapeso a las consecuencias inducidas en sociedades dependientes y subdesarrolladas por la expansión no menos etnocéntrica de la economía capitalista de mercado, con la secuela del imperialismo de los mercados financieros envuelta hoy en el fenómeno de la globalización. (Javier Muguerza)

Dada la al parecer inexorable globalización de esos mercados, ¿por qué no habríamos de intentar asimismo la de los derechos humanos que pudieran contrarrestar siquiera sea algunos de sus efectos perniciosos?

Esto es lo que creo que tiene de positivo el discurso de un universalismo. Lo que pasa es que confundimos los rancios discursos de las identidades locales o de los particularismos.

Si el cosmopolitismo con alas habría de ser global, el cosmopolitismo con raíces habría de ser local. Cuando a Diógenes le preguntaron de dónde era respondió que era kósmou polítes, esto es, que tenía por patria al mundo entero, aunque eso sí lo dijo en griego, pues en alguna lengua hubo de aprender a expresarse.

Y lo que el cosmopolitismo daría es la oportunidad de tener tantas patrias como lenguas, cosa que no se puede echar en saco roto en un país multilingüe como el nuestro ni tampoco a propósito de una lengua patrimúltiple como la que estamos ahora usando.

La reconstrucción de las nuevas identidades surgidas en el proceso de globalización pueden definirse dentro de las identidades culturales y nacionales que emergen como consecuencia de la inadecuación o caducidad del Estado-nación en el contexto de la globalización y del final del monopolio identitario en el plano cultural y nacional y de las nuevas identidades producidas por los procesos migratorios.

El repliegue identitario, la identidad de resistencia frente a la globalización aparece como una enfermedad de la democracia, una patología reactiva ante la globalización, según el paradigma de las “identidades asesinas” y de los “inintegrables culturales”.

Hoy parece claro que esta universalidad está “contaminada”, que no arranca de una superación del humus cultural, dicho de otra manera, el precio de la igualdad ha sido la uniformidad impuesta y el sacrificio de las identidades que no responden al canon nacional estatal y que han sido sustituídas por la imposición de una identidad de legitimidad que, al fin y al cabo, no resiste la crisis del estado-nación y es manifiestamente inadecuada ante los retos de la democracia (plurinacional, pluriétnica). (Javier de Lucas, 2002.)

Es innegable aquí el respeto de los derechos humanos, por medio de los tratados internacionales, y además hay que desechar el modelo robinsoniano, de neoliberalismo, donde la única logica es la del beneficio puro, habría que hacer alguna distinción entre cultura y desarrollo de civilización para poder respetar desde el valor de la diferencia, el enriquecimiento y la integración, y para evitar el desarraigo identitario, la clandestinización de ciertas prácticas.

Con relación a los efectos sociales no es necesario profundizar demasiado para encontrar efectos negativos de esta tensión (o falsa tensión) entre cultura y civilización: clandestinización de ciertas prácticas, aparición del síndrome de resistencia y victimización del grupo frente a la mayoría, perjuicios para la auténtica víctima, que en los casos de escisión ve destruida la unidad familiar y cuestionados sus lazos con la misma familia, experimenta el rechazo del propio grupo y con el rechazo, la negación de su identidad. (Javier de Lucas, "Inmigrantes, ¿cómo los tenemos?", 2002).

Como diría Javier Muguerza (Cosmopolitismo y derechos humanos, 2009): “De modo que ser cosmopolita es saber levantar el vuelo, pero sin renunciar a las raíces. Y es estar enraizado, pero sin dejarnos por ello recortar las alas. Que es la única manera en que los seres humanos y no tan sólo sus derechos, podrían llegar a ser verdaderamente humanos, esto es, tales que nada humano les sea ajeno.”

El paradigma de las civilizaciones: lo que en última instancia cuenta para la gente -llega a decir Huntington- no es la ideología política ni los intereses económicos. Los problemas se identifican con la fe y la familia, la sangre y las creencias, y por eso lucharán y morirán. Y ésta es la razón por la que el conflicto entre civilizaciones está sustituyendo a la Guerra Fría como fenómeno central de la política mundial; ésta es también la razón por la cual el paradigma de las civilizaciones nos proporciona, mejor que cualquier otra alternativa, un punto de partida para entender y hacer frente a los cambios que tienen lugar en el mundo. El debate del multiculturalismo planteado a escala mundial aumenta prodigiosamente los problemas que se presentan en las comunidades políticas concretas, porque exige de cada una de ellas el respeto hacia culturas que apenas se encuentran dentro de los límites de su comunidad; y no sólo el respeto, sino también el diálogo. Un diálogo que, al decir de Huntington, viene exigido incluso por el deseo de supervivencia: por el deseo de evitar futuras guerras mundiales. Recordemos que, según él, la fuente fundamental de conflictos en el futuro será cultural, que tales conflictos tendrán lugar entre grupos de diversas civilizaciones, porque las mayores diferencias que existen entre los grupos humanos son -a juicio de Huntington- las diferencias de civilización.

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