miércoles, 19 de enero de 2011

el acuerdo o el disenso, y el diálogo

Aunque quizás tal diálogo no acostumbra a ser emprendido con vistas a alcanzar algún acuerdo, como quiera que ello sea lo que está claro es que un acuerdo semejante sólo serí­a posible a través del diálogo.

El caso sin embargo es que uno puede hallarse convencido no sólo de la posibilidad del diálogo racional sino de la insoslayable necesidad de recurrir a él si desea alcanzar un acuerdo genuino, pero sin que no obstante ello le lleve a sostener que dicho acuerdo tendrí­a que estar asegurado por adelantado para que quepa hablar de auténtico diálogo.

Tal vez esta es la mejor crí­tica que Javier Muguerza le hace a Habermas, el hecho que no podemos pretender que el acuerdo esté asegurado, aun cuando Habermas lo introduce como una garantí­a que siempre se puede alcanzar en el futuro.

Pero en lo que se refiere al diálogo filosófico constituye efectivamente el meollo de la concepción habermasiana de la racionalidad que no es sino una variante de la teorí­a clásica de la argumentación -llamada por Aristóteles "dialéctica" precisamente por basarse en el modelo del diálogo -según la cual el cometido capital de la razón consiste en "dar razón" (logón didónai) de lo que decimos.

Compartir el universo de la sofí­stica quiere decir compartir el "universo del discurso", pero claro esto no significa una indirecta apologí­a de la sofí­stica, ni caer en disquisiciones puramente verbales y en otras aporí­as o sofismas, figuras mal entendidas del antitheton, o antí­tesis, que bien abre la abstracción al empirismo, y no en figuras como la antypophora, que son una variable engañosa.

Creo que toca otro dí­a hablar algo más detallado de la lógica, tanto sus postulados de verdad/falsedad, como el de un tercer principio, el de tercio excluso, que es el que abre precisamente camino a la dialéctica, al incluir una posibilidad más en la "indeterminación" y la "contingencia" de ciertos futuros.

Que también en la lógica, como en el resto de nuestra vida racional, quepa la posibilidad de que estalle un dí­a el conflicto y nos veamos eventualmente privados -hasta que un hipotético consenso la restaure- de ese último asidero que era la racionalidad formal, he ahí­ una idea capaz de alimentar nuestras más angustiosas pesadillas. Pero que nada dice por sí­ misma en contra de la racionalidad. Pues es precisamente en semejante tejer y destejer de estallidos conflictivos y acuerdos consensuales en lo que el diálogo consiste. Y ésa y no otra es la tarea de la razón.

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