martes, 18 de enero de 2011

el papel de la ciencia y la técnica

El recurso propagandístico al papel de la ciencia y de la técnica puede explicar y legitimar por qué en las sociedades modernas ha perdido sus funciones una formación democrática de voluntad política en relación con las cuestiones prácticas y puede ser sustituida por decisiones plebiscitarias relativas a los equipos alternativos de administradores. Las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas. El problema es cuando el dualismo trabajo e interacción pasa a segundo plano, por la creciente disposición técnica, al no existir ya dialéctica se produce una cosificación de la conciencia. La legitimación consiste en lograr que las objetivaciones de nivel preteórico, autoevidente e histórico, ya institucionalizadas, lleguen a ser objetivamente disponibles y subjetivamente plausibles, y la función de “integración” está entre su propósito típico y que motiva a los legitimadores.

El nivel preteórico de legitimación es el de que “siempre tiene que ser así”, de hecho la función pública goza de un privilegio así establecido, pero es algo que está en el carácter auto-evidente de las instituciones, pero este carácter autoevidente se quiebra precisamente cuando las objetivaciones de orden institucional, hasta ahora histórico, deben transmitirse a una nueva generación.

Muchas áreas de comportamiento sólo son relevantes para ciertos tipos de colectivos, ciertas diferencias pre-sociales, como el sexo, o diferencias producidas en el curso de la interacción social como las que engendra la división del trabajo no tienen por qué integrarse en un sólo sistema coherente; sin embargo se integran en esa totalidad simbólica que le da cohesión social.

Pero realmente cuando lo que se ha podido perder es la integración en esa cohesión social del sistema, entonces se reacciona desde dentro mismo del sistema.

Se puede hablar también del “riesgo de disentimiento” social. En condiciones modernas de sociedades complejas que en vastos ámbitos de interacción exigen una acción regida por intereses y, por tanto, normativamente neutralizada, surge esa situación paradójica en la que la acción comunicativa, suelta, deslimitada, liberada de sus viejos límites, suprime en ella toda barrera. Dice Habermas cuando habla de su teoría de la comunicación.

El encargo que ahora recibe esta teoría de asegurar y operar de la integración social, no puede pretender desempeñarlo en serio, pero tampoco puede pretender quitárselo. Es decir, si decide echar mano de sus propios recursos, la acción comunicativa sólo puede domesticar “el riesgo de disentimiento” que lleva en su seno aumentando ese riesgo, a saber, estableciéndolo duraderamente. Es decir, el riesgo de disentimiento queda aumentado pero aumentando verdaderamente un riesgo de salirse de la cohesión social y de la integración real.

Realmente las reglas de la acción comunicativa son las que están en juego y no han sabido vertebrar bien el sistema.

Vuelvo a decir que en el hombre del heideggeriano “ser ahí” hay siempre una necesidad de estar ahí siempre, en su conciencia preteórica de la realidad, sea funcionario publico o no, siempre suponemos que la realidad, en un estado natural de conciencia, va a seguir siendo así siempre, necesitamos tener esta seguridad como una seguridad misma en nuestra conciencia cotidiana de la vida.

Entonces la ley lo que hace en estas situaciones es preservar algunas relaciones institucionales a las que privilegia con seguridad, pero también las captura a estas relaciones exigiendo la obediencia entre los jefes y empleados, luego tiene también un riesgo.

Que estén implicadas cuestiones de color político siempre hay alguna opinión, pero son cuestiones técnicas y relacionadas con el sistema moderno industrial de las nuevas sociedades informatizadas que funcionan de acuerdo con las disposiciones técnicas más que con normas, de hecho por eso se puede o se ha podido secuestrar el sistema, porque hay un grupo que tiene un conocimiento privilegiado, un conocimiento de élite, son una élite del saber dirigente -que no gobernante-, como ya dijo Peter Drucker.

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