La reconstrucción de las nuevas identidades surgidas en el proceso de globalización pueden definirse dentro de las identidades culturales y nacionales que emergen como consecuencia de la inadecuación o caducidad del Estado-nación en el contexto de la globalización y del final del monopolio identitario en el plano cultural y nacional y de las nuevas identidades producidas por los procesos migratorios.
La globalización, a su vez, es entendida como el proceso de globalización neoliberal de la técnica y de la economía y los diversos proyectos de recreación de los discursos identitarios con vistas sobre todo a examinar la transformación del vínculo social y del contrato político que se manifiesta en la redefinición de la igualdad, en la fragmentación de la ciudadanía y en la transformación de la soberanía. A pesar de la decadencia de las identidades compartidas que acostumbra a ligarse al triunfo del proceso de la globalización, el diagnóstico de desaparición o al menos de irrelevancia de la identidades se ha revelado precipitado como ingenuo. Y del mismo modo resulta errónea la creencia de la identificación acrítica entre globalización y universalidad. Contrariamente a lo que puede sostener una caracterización tentadora no es éste un rasgo definitorio del proceso. Sí, es cierto que la cuestión identitaria experimenta transformaciones notables y que quizá no disponemos todavía de respuestas adecuadas, más allá de intuiciones, para explicar el intrincado juego de adaptación y lucha por construir una coherencia compleja como la que caracteriza al proceso experimentado por los inmigrantes, por ejemplo.
El repliegue identitario, la identidad de la resistencia frente a la globalización:
Aceptaré la tesis de Castells (1977) para quien la clave interpretativa de la tensión acerca de la identidad es el proceso de “construcción de sentido, atendiendo a un tributo cultural o un conjunto relacionado de atributos culturales a los que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido”, cosa que implica la centralidad de las identidades culturales. El repliegue identitario, la identidad de resistencia frente a la globalización aparece como una enfermedad de la democracia, una patología reactiva ante la globalización, según el paradigma de las “identidades asesinas” y de los “inintegrables culturales”. Hay confusiones acerca del riesgo que comportaría el incremento de la multiculturalidad con vistas al mantenimiento del pluralismo y de la misma democracia. Se discute por un lado el modelo de interculturalidad tantas veces propuesto como una especie de ungüento mágico de tan escasa entidad conceptual como de dudosa virtualidad política, y por otra parte, está la controvertida cuestión de la lealtad política, todavía impregnada de cierto prejuicio hobbesiano que traduce no tanto un estrecho republicanismo cívico al estilo de Rousseau como un comunitarismo simplista y esencialista, ajeno tanto al liberalismo como al comunitarismo pluralista o comunitarismo liberal. Los retos que estas cuestiones plantean frente al principio de igualdad y la formulación de este principio en el constitucionalismo contemporáneo radica en la supuesta universalidad que supera todo presupuesto etnocultural particularista. Hoy parece claro que esta universalidad está “contaminada”, que no arranca de una superación del humus cultural, dicho de otra manera, el precio de la igualdad ha sido la uniformidad impuesta y el sacrificio de las identidades que no responden al canon nacional estatal y que han sido sustituídas por la imposición de una identidad de legitimidad que, al fin y al cabo, no resiste la crisis del estado-nación y es manifiestamente inadecuada ante los retos de la democracia (plurinacional, pluriétnica).
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