miércoles, 19 de enero de 2011

Foucault y el papel de las ciencias humanas y sociales en la locura

Foucault nos habla aquí del papel de las ciencias humanas y sociales, del desenmascaramiento de las mismas, en la relación que mantienen ellas con el lazo del deseo y de la locura humana así como ante el papel de la razón. Diríase que todo lo ligado con la institución está relacionado con el deseo y con una verdad formal, y que además nos procura la tranquilidad, y no sólo eso sino también la serenidad a través de la transparencia, de la realidad que tiene una luz y un nombre, que puede ser nombrada. Todo ello es lo que sirve de justificación para el papel de la verdad. En cierta forma las ciencias sociales responden al estudio objetivo de la sociedad pero ellas mismas han trazado una división al interponerse ante ella como una forma prominente de estar en la sociedad.

 "El hombre europeo, desde el principio de la Edad Media, ha tenido una relación con algo que él llama, indistintamente, la locura, demencia, sinrazón. Quizás se deba a esta presencia obscura que la razón occidental deba algo de su profundidad, como el que da la luz o mayéutica de Sócrates, los pensadores deben algo a la amenaza de la obscuridad. En todo caso, el nexo de la locura y de la razón constituye para la cultura occidental una de las dimensiones de su originalidad; acompañó ya esa cultura mucho antes Jerónimo Bosch, y le seguirá después Nietzsche y Artaud. ¿Cuál, entonces, es esta confrontación que se manifiesta en la lengua de la razón? Esta forma particular de sensibilidad se remonta a las características apropiadas de la locura en un mundo de la no-razón. Se refiere, sobre todo, al escándalo. En su forma más general, es el confinamiento lo que aquí es explicado, o por lo menos justificado, por el deseo de evitar el escándalo. Incluso significa de tal modo un cambio importante en el sentido del mal. El renacimiento había permitido libremente las formas de sinrazón que podían advenir hacia fuera, hacia la luz del día; el ultraje público dio al mal las energías del ejemplo y del rescate. Gilles de Rais, acusado, en el siglo XV, de ser un heretico, un apóstata, hechicero, un sodomita, un invocador de espíritus malvados, un aliviador del dolor, asesino de inocentes, un idólatra, con el mal por la desviación de la fe, terminó por reconocer que admitía los crímenes suficientes que le acusaban de las muertes de diez mil personas en la confesión extrajudicial; él repitió su discurso en latín ante el tribunal; entonces él pidió, por propio acuerdo, que la confesión dicha se debería publicar en la lengua vulgar y exhibir a cada uno de esos presentes, la mayoría de los cuales no conocían ningún latín, la publicación y la confesión de su vergüenza y de las ofensas dichas que él confió, la forma era así la más fácil para obtener la remisión de pecados, y la misericordia del dios para el perdón de los pecados confíados. En el ensayo, la misma confesión fue requerida antes de su representación formal: el juez de presidencia le dijo que él indicara su caso completamente, y la vergüenza que él ganaría de tal modo serviría para disminuir los 66 castigos del retruécano que él sufriría de aquí en adelante. Hasta el siglo XVII no fue considerado que el mal en todas sus formas más violentas y la mayoría más inhumanas no podría ser tratado y ser castigado, a menos que fuera detraído del juicio abierto. La luz en la cual la confesión fue hecha y el castigo ejecutado podrían solamente balancear la oscuridad en la cual el mal se publicó. Para pasar a través de todas las etapas de su cumplimiento, el mal debería incurrir necesariamente en un juicio público y la manifestación antes de alcanzar la conclusión que lo suprime. El confinamiento, por el contrario, no traiciona una forma de conciencia a la cual el poder inhumano sugiere solamente vergüenza. Hay en los aspectos del mal algo que tiene tal energía de contagio, tal fuerza de escándalo que cualquier publicidad puede que los multiplique infinitamente. Solamente el "oblivion", el olvido -el plano de lo inexistente u oscuro- podía suprimirlos. Entonces, y solamente entonces, podemos determinar el reino en el cual el hombre de la locura y el hombre de la razón, separándolos, no están todavía separados; y en una lengua incipiente y muy cruda, anterior a la ciencia, comienza el diálogo de su apertura, atestiguando a la manera de un fugitivo que todavía hablan la una a la otra. Aquí locura y no-locura, razón y la no-razón están inextricablemente implicadas: inseparables en el momento cuando todavía no existen, y existiendo para una, en lo referente a la otra, en el intercambio que los separa. En el mundo del serené griego y de la enfermedad mental, es un hombre que se comunica no más con el loco: por un lado, el hombre de la razón delega al médico la locura, de tal modo autorizando una relación solamente con la universalidad abstracta de la enfermedad; en el otro, el hombre de la locura se comunica con la sociedad solamente por el intermediario de una razón igualmente abstracta que sea el constreñimiento de una orden, física y moral, la presión anónima del grupo, los requisitos de la conformidad. En cuanto a un lenguaje común, no hay tal cosa; o no hay algo más de tal cosa; la constitución de la locura como enfermedad mental, en el final del siglo XVIII, produce la evidencia de un diálogo quebrado, postula la separación según lo efectuado ya, y empuja en el "oblivion" o confinamiento todo eso que se balbuceó, las palabras imperfectas sin sintaxis fija en la cual el intercambio entre la locura y la razón fue hecho. Ningunos de los conceptos de psicopatología, incluído y especialmente el proceso implícito de retrospección, pueden desempeñar un papel de organización. Cuál es el constitutivo de la acción que divide la locura, y si no la ciencia es la que lo elaboró una vez que se haga esta división y se restaure el momento de la tranquilidad. Cuál es el origen de esta escisura que establece la distancia entre la razón y la no-razón; la subyugación a la razón de la no-razón, el origen de su verdad como locura, crimen, o enfermedad, deriva explícitamente de este punto."

 Michel Foucault, "Locura y Civilización".

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