miércoles, 19 de enero de 2011

los tecnólogos, la nueva clase dirigente

En toda incertidumbre vivimos inquietos y el ser humano es constitutivamente crédulo, sí, esto se sabe, por los neurocientíficos que lo dicen. Necesitamos confiar. Cualquier desconfianza es una desconfianza sobre una confianza anterior. Pero en toda época de crisis vivimos en inquietud, esto explica el por qué de la soledad en que nos quedamos. Entonces en medio de tanta desdicha quizá tengamos el privilegio de ver más claramente. Porque el conocimiento ante todo es visión y no sistema. Se diría que uno es un constante "perplejo". La gravedad de la crisis en la falta de creencias suele coincidir con la sobreabundancia de ideas. Y ante nuestra credulidad, esa mínima credulidad que necesitamos para la vida, las creencias por verdaderas que estas sean, no pueden mantenerse sino por esa actitud previa en que nos abandonamos a ellas, en que nos olvidamos, rebasando nuestros propios límites. Cuando creemos lo creído se impone, lo aceptamos viniendo desde fuera. Y parece tan generosa esta confianza que la aceptamos, que se olvida de sí, que se borra bajo la aceptación de su objeto. Pero en las épocas de crisis somos perplejos de todo y nada, nos hemos cerrado a la realidad y ella se oculta de nosotros y la realidad de nuestra vida se halla como en suspenso, que sería como su única trascendencia. Falta ese mínimo de realidad en que fijar nuestro anhelo, en que apoyarse. Por eso vivir en crisis es vivir en inquietud, porque el hombre muestra el desamparo de que se ha quedado sin asidero, sin un punto de referencia, muestra así las entrañas. Porque al fallarnos las creencias, lo que nos falla es la realidad misma que se nos adentra a través de ellas. La realidad se nos desliza y la vida misma se nos muestra vacía de sentido. Y el mundo también se nos vacía. Y es que el hombre está aquejado de falta de pensamiento y así ha saltado el furor de las masas. Y es que el saber ofrecido es inasequible, se gana inquietud con el conocimiento. Y la ignorancia tampoco resulta habitable. El eclecticismo, sin duda, es una debilidad del ánimo aquí. Pues no proviene del conocimiento, sino de la relación del conocimiento con el resto de la vida que queda impermeable a él. Pues la vida necesita de pensamiento, de convicciones claras, de saber a qué atenerse. Pero siempre dirán que el quietismo de la filosofía, mucho más el de la filosofía española, es mucho peor que cualquier eclecticismo. Si el hombre no participa de forma creadora en el esplendor de la cultura moderna, lo que siente es que ha sido humillado y se siente sediento. Ni siquiera la ciencia con toda su obra de divulgación ha venido a poner remedio, cuyos remedios han sido peores que la enfermedad. Porque el hombre sigue aquejado de falta de pensamiento y la realidad se le sigue ocultando.

No se nos da la visión de un "puesto en el cosmos", de un orden en el universo. Porque el conocimiento no es el conocimiento científico, es el conocimiento sobre una totalidad, sobre una universalidad del cosmos. Así debe ser el conocimiento. Parece una gracia de la naturaleza, pero no podemos sacar oro del maná, ni asumir los altos costes fijos de una economía de escala. Ni todos los bienes y servicios dan lugar a rendimientos crecientes al expandirse la producción, ¿quién va a asumir entonces estos altos costes fijos? Tendrá que asumirlos el Estado y también el sistema bancario, es decir, a través de todos, y tendremos que hacer un esfuerzo ciudadano. Debiéramos mirar ahora mucho más adónde va nuestro dinero y nuestro trabajo. Lo cierto es que la economía se ha externalizado y parece como si el cambio tecnológico y las nuevas innovaciones cayeran del cielo como maná y no es así en absoluto. Quizá no se esté cuidando desde un sector nacional las imposibles trampas que este conocimiento está creando, las altas barreras al conocimiento que se crean, la estructura oligopolista de mercado. Y las sinergias que se producen a través de ella. Generalmente son trabajadores, los tecnólogos, pero con un conocimiento muy especializado, y que no todos pueden alcanzar porque es un conocimiento no asequible para todas las mentes. Aunque yo confiaría en la capacidad plástica de adaptación del cerebro, confío en que hay técnicas que se pueden dominar, desde lo pequeño. Quizás es Drucker el primer sociólogo que ha teorizado sobre ellos. Y los ha llamado como la clase dirigente del futuro, pero sin ser gobernante. Y los diferencia así de los trabajadores industriales, que se rigen por el trabajo y el salario-hora, mientras que el trabajo de aquellos no se distribuye por el tiempo, sino por el conocimiento, desde ese punto de vista constituyen una clase social privilegiada, hoy ningún país en desarrollo ya puede prescindir de ellos, ya no valen los salarios bajos para salir de la pobreza, sino que hay que progresar con el conocimiento también. Esta crisis del conocimiento yo creo que es también lo que ha influido en la crisis de pensamiento. Los nuevos "trabajadores del saber", que buscan instalarse en la sociedad y en su puesto. Lo que sí hay es un puesto universal, que es el puesto de la madre, de la materia, de la madre-materia. Y sobre esta figura se podría hablar mucho, de acuerdo a su representación simbólica en los cuerpos de sociedades del saber. ¿Qué es lo que ha representado y representa en la sociedad actual? ¿Por qué vivimos así, tan desequilibrados, sin tener como lazos maternales, queriendo desorientarnos, negando tal vez la evidencia primera? Hay algo que por su misma fuerza natural se presenta con tanta vehemencia que por eso lo negamos. La madre es una figura de apego, es un vínculo universal de afectividad. Es una fuerza primigenia, que tiene que ver con la raíz de la vida.

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