viernes, 14 de enero de 2011

la irrupción de los fascismos y el hombre social

"La irrupción de los fascismos en la escena europea de nuestro siglo no sería, como tantas veces ha sido interpretada, sino una acentuación extrema de una tendencia: el movimiento obrero organizado en el que se asociaban quienes no tenían otra propiedad que su fuerza de trabajo, lo que a su vez obligaría a las clases socialmente dominantes a organizar su propia clase política y hasta, en caso necesario, a subordinar a esta última el aparato estatal mismo.

Pero fue entonces cuando el individualismo posesivo -que hasta el siglo pasado parecía suficiente, o cuando menos indispensable, para fundamentar el cuerpo entero de la teoría política liberal- hizo crisis, con la aparición en la sociedad política de esa fuerza obrera hasta entonces existente sólo en la sociedad civil.

Desde un punto de vista teórico, sin embargo, cabría decir que el individualismo así entendido era ya insuficiente desde el instante mismo de su surgimiento, pues, como Marx oportunamente había hecho ver, la inoperancia de la abstracta concepción liberal del individuo -que permite hablar de robinsonianos individuos, naturalmente independientes, que conciertan contratos entre sí cuando hace al caso- se pone de evidencia si se piensa, son sus propias palabras, que “el individuo, el hombre, no es posible sin la sociedad”.

En Rousseau hay también la invitación a que los individuos acorten cuanto puedan la distancia que separa al hombre del ciudadano, invitación que lleva hasta el extremo de repudiar el gobierno representativo y otorgar la soberanía a una asamblea de individuos en la que estos puedan hacerse oír sin mediaciones.

Y de ahí que ni siquiera tenga nada de extraño que -pese a una aversión hacia Marx posiblemente basada en idéntico prejuicio o interpretación insuficiente de su pensamiento- hasta éste mismo acabará haciendo un hueco a la teoría del contrato en la tradición marxista.

La fuente de inspiración de Marx parte de la formulación del mito de la identidad de este modo: “Sólo cuando el hombre individual reabsorba al ciudadano abstracto del Estado, sólo cuando el individuo haya reconocido y organizado sus “forces propres” como fuerzas sociales y, en consecuencia, no vuelva nunca a separar de sí mismo la fuerza social bajo la forma de fuerza política, sólo entonces se habrá dado cima a la emancipación humana” ¿Cómo no reparar en que la alusión, en francés, a las “propias fuerzas” del hombre constituye una cita literal de Rousseau, se trata de un texto literalmente impensable sin Rousseau.

Pues dejando a un lado a Aristóteles -que nunca tuvo pese a alguna apariencia mas bien superficial, veleidades contractualistas y se opuso firmemente al convencionalismo político de los sofistas- y a Marx -que pasa por un resuelto crítico del contractualismo, lo que no empece a su estrecha vinculación, aun si inconfesada, con el pensamiento rousseauniano-, ¿qué es Rousseau además de lector atento de Aristóteles y precursor de Marx en más de un punto, sino un teórico -y hasta el teórico por antonomasia- del contrato social?" (Javier Muguerza, Desde la perplejidad).

Alemania siempre ha sido proletaria, tiene una visión proletaria del pueblo. Nosotros también lo hemos sido, siempre hemos estado empeñados en dividirnos ideológicamente. Pero ella lo es incluso de otro modo, no se trata solamente de los “sin trabajo”, los proletarios puede tener incluso otro sentido, las clases tradicionales, los altos mandos militares, la nobleza prusiana, los antiguos señores, eran también proletarios históricamente. Alemania toda ha sido un país proletario, el más quizá de toda Europa. Pues existen diversos modos de ser proletario. En un sentido genérico proletario es aquel que no ha mandado nunca, que nunca ha tenido la hegemonía, la dirección en la vida histórica y social. Nótese que el proletario es una clase que aparece cuando todavía hay clases que mandan y dirigen. Así que no sólo es proletario aquel que trabaja manualmente, sino todo aquel que nunca llegó a dirigir y que nunca ha mandado; que ha asistido a la sucesión de ajenas hegemonías y predominios. Y en Europa guerrera y dominante de sucesivos imperios, Alemania nunca llegó a serlo en verdad. Alemania, de vocación imperial y genio guerrero, nunca llegó a conquistar un Imperio, ni a imprimir a una época su sello. Sólo en la ciencia, en la filosofía, en la música… ¿no era acaso suficiente? Parece que no; su hambre histórica la llevó a sentirse proletaria. Y sólo así se explica que ciertas clases como el viejo Ejército, la vieja nobleza, cedieron ante un Hitler, jefe de quienes ellos habrían de llamarlos “descamisados”, de masas anónimas de gentes sin trabajo, proletarios de la pequeña burguesía e intelectuales sin vocación y sin empleo”, nos dice María Zambrano. “Pues el sentimiento típico dominante del proletariado en esta situación es el resentimiento. Y un sentimiento es el mejor hilo conductor entre grupos sociales que apenas tienen contacto, que sellan por medio de él y en él una especie de pacto. Sólo es necesario un mínimo de ideología para que la unificación se produzca. La ideología la fabricaron unos cuantos “intelectuales”. Una asociación tal en que todos los asociados adulaban lo negativo del otro y quedaba por ello vencido. Era ya desde el principio una asociación de "vencidos". Esto fue una forma negativa de democracia pues sumergieron a la democracia en un infierno, donde las propias clases dominantes y dominadoras se transformaron en una fácil mitología para despertar la alucinación de una heroica finalidad en los desposeídos.

Pero ahora esa fácil mitología es diferente, porque cuentan con la fuerza real del trabajo, ya no se trata de los desposeídos, ahora los desposeídos son otros. De todas formas la integración regional es lo único que puede salvar a una economía exportadora, que su principal cliente son los países de Europa y los EEUU. Pero esta otra democracia del fascismo, que fue un caso de democracia invertida donde el infierno llegó a calar en ella, creo que ha quedado en su retina. Porque se vuelve a repetir el mismo infierno pero con “los otros”, que diría el surrealista Sartre. El infierno son “los otros”. Y ahora realmente tiene el poder para ser dominante y para realizar su sueño imperialista reprimido. Aunque no creo que se embriague con sueños, puesto que mira alrededor y es muy consciente de su pasado, es como una larga humillación. Es como si ese sueño fuese ahora un sueño invertido. Y ahora que debe dirigir Alemania a Europa no puede hacerlo, porque está poseída de sí misma y no ve nada a su alrededor. No puede darse cuenta del dolor, del daño a los otros. Lo que sigue siendo más fácil todavía para el hombre es construir infiernos o inventar paraísos. Existe también una democracia paradisíaca, como en la que nos embarcamos nosotros, creyendo que siempre habría tipos de interés fáciles o siempre iba a ser lo mismo. Entre paraíso e infierno siempre ha habido una tradición intermedia donde se ha llamado o invocado a la Razón, hacia un punto que no es absolutismo, sino que es un punto en el horizonte que se abre, que casi siempre es un Método o un camino. El problema es que ha sido el mismo método -el del positivismo- el que nos ha encadenado en su ceguera, en su falta de visión, por absolutismo de este mismo método. Y nos queda como volver al campo de la intuición y la razón, y volver a un método más interactivo o interdisciplinar o como se quiera llamar. Esto dice María Zambano: “Pues la sociedad o el modo de vida democrático es la liberación y la disolución de todo absolutismo. Y el absolutismo, cualquiera que sea su origen y su argumento, es mirado desde la persona humana, un quedarse encadenada en un momento absoluto, y en él, detenerse o abismarse.”

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