miércoles, 19 de enero de 2011

la palabra revolución

Como advirtiera a este respecto Albert Camus: "En teorí­a, la palabra revolución conserva el sentido que tiene en astronomí­a, esto es, el sentido de un movimiento que consiste en el cierre de un ciclo. Pero por eso mismo puede decirse que aún no ha habido ninguna auténtica revolución en la historia y que si la hubiera tendrí­a que ser la definitiva. A la espera de esa revolución, si es que ha de haberla, la historia de los hombres es, en cierto sentido, la suma de sus rebeliones sucesivas".

Una suma con toda posibilidad inacabable salvo que el horizonte utópico pudiese al fin ser alcanzado, resolviéndose en optimismo o pesimismo el saldo de la historia. Pero no está muy claro que de esa imaginerí­a escatológica se siga algún provecho revolucionario.

Y ni siquiera es casual que el horizonte sólo nos parezca alcanzable cuando estamos parados. Lejos de inducirnos al quietismo, la ética como utopí­a -la utopí­a ética- nos podrí­a, en cambio, seguir dando -incluso si la noche y la niebla de la disutopí­a han hecho desaparecer de nuestro campo de visión todo horizonte- más de una razón, tal vez las únicas razones, para no estarnos quietos.

Pero somos los grandes decrépitos, apesadumbrados por los antiguos sueños, por siempre ineptos para la utopí­a, técnicos de fatigas, enterradores del futuro, horrorizados por los avatares del viejo Adán.

El Arbol de la Vida no conocerá ya primavera: es un leño seco; con él harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores.


La crítica de la utopía:

Es muy posible pues que nos estemos efectivamente acercando -aun si en un sentido muy distinto del de la frase marcusiana- “al final de la utopía”. Lo que explicaría el arrollador auge de ese otro género que la filosofía social conoce hoy bajo el nombre de “crítica de la utopía”. La crítica de la utopía es lo que se refleja en las novelas de Orwell y de Huxley.

Por tanto ¿utopía, divagación o barbarie?, esto es lo que yo me pregunto.

Tanto el “Estado Unido” de Zamiatin cuanto el del “Mundo Nuevo” de Huxley persiguen fines no innobles, como la felicidad de sus súbditos, aun si ésta linda allí con la despersonalización y la imbecilidad de los mismos, desvirtuados por el uso de medios deplorables, como un poder capaz de cercenar todo asomo de libertad.

Para el partido en cuyo nombre habla O’Brien, “el poder no es un medio sino un fin”. Su ideología no es, pues, la del Gran Inquisidor -para quien “el mal es un medio destinado a hacer posible el bien”- sino la del poder por el poder sin detenerse en reflexiones sobre el bien ni el mal, poder cuyo ejercicio conduce en el extremo no ya a la destrucción mental o física del individuo -como en el caso de D-503 o de John el Salvaje en las novelas respectivas de Zamiatin y Huxley-, sino a su destrucción moral, como en el caso de Winston Smith de Orwell.

Cito palabras del filósofo Javier Muguerza:

“La novela de Orwell pudiera interpretarse más bien como un vaticinio a treinta y tanto años vista, como una meditación en torno a los estragos de la ideología del poder por el poder; una ideología que, tras haber trocado en un rostro anodino la torva faz con que Orwell la retrata, vendría en definitiva a coincidir con la de las organizaciones políticas burocratizadas y sujetas a la famosa ley de hierro de Michels, la ideología asumida y encarnada por el “burocratic personality type” de Merton o el “organization man” de Whyte y cuya promoción desde el Estado conducirá a hacerla plasmar en la sociedad totalmente administrada de Horkheimer hacia la que, en efecto, nos encaminamos, si no estamos ya en ella.”

El filósofo Cioran también le da otra dimensión intelectual al tema de la utopía, él lo plantea como la necesidad de apostar por la desaparición de los instintos guerreros.

Se dice que los soldados de antes, son ahora los currelas, y que estos necesitan de a su vez las élites financieras porque han vivido de acuerdo a las drogas que éstas le suministran desde el sistema, y yo he sido testigo de estas personas trabajadoras, al verlas despreciar el dinero, es decir, tirarlo delante de quien se lo había dado, porque sólo confíaban en el poder de los plutócratas, y estaban consentidos y seguían jugando a esos instintos guerreros.

Y esto es lo que dice Cioran, él lo plantea aquí como una lucha entre los pueblos viejos y los pueblos nuevos:

“Los pueblos jóvenes no buscan la escapatoria de una ilusión, ven las cosas bajo el prisma de la acción.

¿Qué otra cosa quieren las estructuras societarias viejas sino disminuir nuestras inquietudes por medio del terror y revigorizarnos triturándonos?

Mientras en los jóvenes aviva su furor, hace valer su trasfondo bárbaro y les mantiene despiertos.

Cuando los pueblos viejos adoptan una ideología se les embota, mientras les dispensa esa pizca de fiebre que les permite ese ligero empujón de lo ilusorio…”

¿Qué otra cosa podemos decir de la ley de la abolición del tabaco en los lugares públicos? Es otra forma de apostar por la desaparición de los instintos guerreros. El problema es si esto significa más burocratización o está todo el mundo concienciado de que se trata de un problema de salud pública. Sin duda, la ley que regula la convivencia se ha concienciado de este modo.

Desde esta funcionalidad tanto el estructuralismo de Levi, y la estructura familiar, como el constructivismo de Merton y las sociedades burocratizadas, para mí constituyen herramientas de análisis y comprensión de la sociedad. Pero que como filosofías no son suficientes en ellas mismas.

Como dice Javier Muguerza:

“Pero si la noche y la niebla de la disutopía han hecho desaparecer de nuestro campo de visión todo horizonte, más de una razón, tal vez las únicas razones, para no estarnos quietos provengan de la utopía ética, de la crítica de la utopía o disutopía.”

Cioran, que es un filósofo enterrador de muchas utopí­as, muchas veces él busca el horror, más en la propia lucidez (sobre todo el de algunas instituciones) que en la estupidez de las masas, en parte o mucho porque le tocó vivir el momento de los fascismos polí­ticos.

Como nos dice Postman lo que Orwell temía es que las élites prohibirían los libros. En cambio Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos porque nadie iba a querer leerlos. Orwell temía a aquellos que nos quisieran ocultar la información. Huxley temía a aquellos que nos proporcionasen tanta que nos redujeran a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que se nos ocultara la verdad. Huxley temía que la verdad fuera ahogada en un océano de irrelevancia. Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nos convirtiéramos en una cultura trivial, solamente preocupado por los feelings, las porno orgías y el consumismo. Los libertarios racionales no consideraron suficientemente el infinito apetito de distracciones de sus congéneres. Orwell creía que la gente sería controlada mediante el dolor. Huxley creía que serían controlados mediante el placer.

En el mundo de Huxley se nos intenta controlar por el placer, en el mundo de Orwell, por el dolor. Y los dos mundos son dos críticas de la utopía, dos críticas de cómo se puede llegar a la infelicidad por los diversos medios más extremos.

Yo creo que ni el estructuralismo de Levi Strauss -la estructura familiar- ni el constructivismo de Merton de las estructuras sociales sirven con formas de explicación total, son herramientas para el análisis y la comprension de las sociedades, pero como filosofías son insuficientes.

Y el problema es tal vez que no sabemos estarnos quietos, ese es el problema, sobre todo, los jóvenes confunden la ilusión y sólo piensan en la acción, y de estos se aprovechan algunos, las viejas entidades societarias, que nos revigorizan para luego triturarnos, esto son las formas de luchar por los instintos guerreros, en las modernas sociedades.

Y ahora sigue habiendo esa lucha instintiva, entre los pueblos viejos y los pueblos nuevos, porque se trata de un viejo empujón de lo ilusorio que llena también las ideologias, y que a los pueblos antiguos les produce una pizca de fiebre para también empujarse. Bueno, realmente es que ahora estoy citando el pensamiento de Cioran, y él habla de estos impulsos que a veces hay que dominar.

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