miércoles, 19 de enero de 2011

una ética comunicativa y discursiva

Dejando atrás la ética, la teoría habermasiana de la razón -en su doble vertiente de crítica de (la hegemonía de) la racionalidad teleológica y de llamada de atención sobre una alternativa (o complementaria) racionalidad comunicativa- se convertirá ella también en una pieza de teoría social. Por una parte, y a la vez que hace suyas -matizándola- la tradicional crítica francfortiana de la "razón instrumental", Habermas la transforma en una crítica -asimismo matizada- de la "razón funcionalista" como pura autorregulación del sistema social, desde la que sugiere una inversión del recorrido de la historia del pensamiento sociológico que -siguiendo una trayectoria, si hay que decirlo todo, peregrina- lo reconduzca desde Parsons a Marx pasando por Weber (von Parsons über Weber zu Marx). Por otra parte, Habermas -tras realizar el papel desempeñado en esa historia por el pensamiento de Mead, es decir, el sesgo comunicativo impuesto por este último a la teoría social (die Kommunikationstheoretische Wende)- pasa a reinterpretar el marxismo mismo, encerrado hasta ahora en el "modelo de la relación sujeto-objeto", desde el punto de vista del "modelo de la relación sujeto-sujeto": de lo primero sería un exponente la teoría de la alienación como "cosificación" en la línea de Luckács e incluso en la de Adorno y Horkheimer; mientras que lo segundo habría de reportar, entre otras ganancias, la posibilidad de entender y practicar la superación de la alienación como superación de la "comunicación distorsionada".

Un argumento vendría a esquematizarse, a grandes rasgos, como el engarce de una conclusión con una o más premisas que le sirven de garantía en un sentido "algo más fuerte" que la simple deducibilidad de aquélla a partir de éstas, pues para reputar de convincente a un argumento es menester tener en cuenta el contenido "sustantivo" de las mismas y no prescindir de él como lo hace la lógica formal.

Ahora bien la satisfacción de la pretensión de validez de la aserción o la prescripción originarias -que no coincide con la de la pretensión de validez lógico-formal de la inferencia mediante la que han sido deducidas de sus respectivas premisas- no depende tampoco para Habermas de la confianza social depositada en las instituciones de la ciencia o la moral vigentes en nuestra sociedad, pues ello equivaldría a confundir -confusión en la que, en su opinión, tiende a incurrir el análisis toulminiano- el "correlato institucional" (institutionelle Ausprägung) de la argumentación con su fuerza generadora de consenso en virtud de su "articulación interna" (Argumentationsform).

En última instancia, esa articulación descansa -tanto en el caso de la argumentación científica como en el de la argumentación moral- en un "principio". En el primero de ambos casos, el principio en cuestión sería aquél -llámese de inducción, corroboración o comoquiera que la filosofía de la ciencia desee denominarlo- en virtud del cual una hipótesis alcanza en nuestra consideración rango de ley científica.

En el segundo, se trataría más bien de aquel principio -al que da Habermas el nombre de "principio de universalización"- destinado a colmar la aspiración de nuestras máximas morales, para decirlo en términos kantianos, a ser también consideradas leyes universales. Su discusión es el objeto de esta última aproximación habermasiana a la ética comunicativa o discursiva.

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